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ALGO MÁS QUE PALABRAS



VÍCTOR CÓRCOBA HERRERO*

El derecho a una vida humana


Viernes 09 de Mayo de 2025 8:25 am


EN medio de la escalada del aluvión de desastres climáticos que nos acorralan y de los incesantes conflictos que nos persiguen, defender los valores humanos y la ética humanitaria, es una de las más urgentes necesidades del momento. Hoy más que nunca precisamos reponernos, trabajar en los valores interiores de cada cual, para encontrar el reposo necesario y la primordial quietud que generan las razones de la esperanza, que todos nos merecemos por el mismo hecho de nacer. Desde luego, los continuos abusos de poder y los consiguientes perjuicios, causantes de tensiones y ahogos, nos están dejando decaídos, sin entusiasmo alguno, trastocando la verdadera sabiduría y los valores permanentes, que son los que realmente nos activan la ilusión vivencial.

Además, el rápido auge de hechos desconcertantes, sumado al uso de la inteligencia artificial, nos está paralizando el pulso, envolviéndonos en la triste soledad, con los aconteceres de la duda permanente y la persistente incitación al odio. Por desgracia, aún no hemos aprendido a vivir en armonía, con nosotros mismos y con aquello que nos rodea. Todo lo priorizamos a las ganancias económicas. Esto nos vuelve esclavos e inhumanos de nuestra propia locura sanguinaria. Para desdicha nuestra, como especie pensante, estamos perdiendo esa comunión interpersonal, que es la que nos permite conocernos y reconocernos en el análogo, ejercitar las relaciones, con una orientación estable hacia la verdad, cuestión esencial para que el afecto sea auténtico y universal.

Hemos olvidado el común sentido natural y la percepción por lo armónico. Cada día hay más Estados que no tienen como fin supremo la dignidad, la libertad y la autonomía de la persona. Las ideologías son seductoras, pero te dejan sin aire. De ahí, la necesidad de revelarse para hacerse valer y volar. Cada ciudadano tiene un valor; cada ser humano es importante y único. Todos necesarios e imprescindibles para formar y conformar una humanidad dignificada, donde no haya una sola persona apartada, para que se produzca el auténtico gozo naciente de la fraternidad universal, que es lo que nos da luz y savia para sanar los corazones. Una democracia con un corazón restaurado sigue laborando anhelos para el futuro, al menos nos llama a la implicación personal y comunitaria.

Sin enfoques integradores, no podemos responder realmente a las necesidades más innatas de las personas, pues toda existencia ha de ser respetada y protegida totalmente, desde el momento de la concepción hasta su final.