EL CENTINELA DEL AUTISMO

VÍCTOR MANUEL VILLALOBOS CHÁVEZ
Hermanos, centinelas invisibles del autismo
Viernes 04 de Julio de 2025 8:52 am
CUANDO se habla de autismo, el imaginario colectivo suele
colocarlo en una imagen: la de un niño pequeño. Pero el autismo no tiene edad.
El autismo no se “cura” ni se “pasa”; se vive toda la vida, y es hora de
sacudir ese estigma. Hay otro estigma más silencioso: creer que quien siente el
autismo es solo la persona que lo vive. Nada más lejos de la realidad; es una
condición que repercute en el entorno familiar. En la madre, quien en 80 por
ciento de casos se convierte en la cuidadora primaria; en el padre, que lucha
por sostener emocional y económicamente a la familia, y en una figura que a
veces se pasa por alto: los hermanos. Ser hermano de una persona con autismo es un viaje que se
mueve entre el amor más profundo y las preguntas más complejas. Desde pequeños,
los hermanos viven realidades que otros niños ni siquiera imaginan. Crecen
aprendiendo a compartir no solo juguetes, sino tiempo, atención y, en muchos
casos, la tranquilidad y la intranquilidad del hogar, mirando a sus padres
agotados, ansiosos o preocupados. Crecen entre silencios que nadie explica del
todo. Hay hermanos que deciden convertirse en protectores, en
traductores del mundo para sus hermanos con autismo, en vigilantes discretos y
cargan con preguntas y miedos, pero también con un amor inmenso. También existen otros hermanos que, por presión emocional,
miedo o esperanza de llevar una vida “normal”, eligen alejarse. No porque no
amen a su hermano, sino porque la carga puede ser abrumadora, y no podemos
juzgarlos por eso. Hay una tercera realidad, aún más compleja: la de los
padres que, en su deseo de proteger a sus hijos neurotípicos, les dicen: “tú
haz tu vida, no te preocupes por tu hermano, nosotros nos encargamos.” Una
frase llena de amor, pero que siembra un problema para el futuro, porque ¿qué
pasa cuando los padres ya no están? He conocido historias en las que, tras la muerte de los
padres, los hermanos se ven obligados a asumir responsabilidades sin estar
preparados emocional, económica ni psicológicamente. Se enfrentan a hermanos
con quienes no aprendieron a convivir en las particularidades del espectro
autista. Muchos se enfrentan a una culpa desgarradora por no saber cómo ayudar,
o incluso por no querer hacerlo. Ser hermano de una persona con autismo es vivir una vida
entre dos mundos: el mundo propio y el mundo de las necesidades del hermano. No
es justo, ni debería serlo. Pero tampoco podemos negar la realidad: si los
padres faltan, los hermanos son llamados a convertirse en guardianes. Por eso existe Fundación TATO, porque sabemos que, tarde o
temprano, alguien debe tomar la estafeta. “TATO” significa, cariñosamente, como
los niños pequeños suelen llamar a su hermano mayor. Y ese es nuestro mayor
anhelo como institución: ser ese hermano mayor para todas las familias, para
que, cuando los padres ya no estén, puedan irse tranquilos, sabiendo que
alguien cuidará a sus hijos. En el autismo, como en la vida, nadie debería
caminar solo. Hoy quiero dirigirme especialmente a esos hermanos: a los
que se han quedado, a los que se han alejado, a los que cargan dudas, culpas o
miedos. Yo sé de lo que hablo, porque soy hermano de dos personas con autismo,
uno en la tierra y uno en el cielo. Toda mi vida he escuchado esa palabra y sé
lo que es crecer sintiendo que un día quizás tendrás que ser tú quien proteja y
cuide. Por eso, los invito de corazón a que se acerquen a
Fundación TATO. No están solos, aquí los esperamos para compartir experiencias,
prepararnos juntos y ser, entre todos, los hermanos mayores que el autismo
necesita. Ser hermano también es tener un hermano mayor que te cuide.
En TATO, queremos serlo para ustedes.
*Director ejecutivo de Fundación Mexicana de Autismo TATO