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Innovemos Algo ¡Ya!



MARÍA EUGENIA GONZÁLEZ PEREYRA

Bajo el mar


Viernes 11 de Julio de 2025 9:33 am


Innovemos Algo ¡Ya!

MARÍA EUGENIA GONZÁLEZ PEREYRA


Bajo el mar


EN los océanos profundos, cuando una langosta crece, algo extraordinario sucede: su caparazón ya no le sirve. Le aprieta como un abrazo que se volvió asfixiante, le duele como un zapato demasiado pequeño. Entonces hace algo sabio: se esconde y se desprende de esa armadura que antes la protegía.

Con valentía que solo la naturaleza entiende, fabrica uno nuevo: más grande, más fuerte, más suyo. Hecho a la medida de quien ya creció por dentro. Este ritual no sucede una vez, sino muchas veces. Cada vez que siente presión, no se rinde, se transforma. Quizá la alegría de Sebastián, la langosta de la Sirenita, al cantar “Bajo el mar” se deba a un buen caparazón renovado.

Como esos gusanos que vimos convertirse en capullos, como esos adolescentes redonditos que no entendemos, la langosta nos recuerda que crecer duele. Pero ese dolor no es castigo, es anuncio de algo hermoso por nacer.

¿Cuántas veces hemos tenido que romper nuestros propios caparazones emocionales? Esas creencias que un día nos salvaron pero hoy nos limitan como cárceles doradas. Esas formas de ser que funcionaron en la infancia pero en la adultez nos asfixian.

Los niños viven esto constantemente. Primero el bebé que debe dejar la seguridad total para aprender que el mundo también abraza. Después el niño que debe soltar la dependencia absoluta, como quien deja las rueditas de la bicicleta. Luego la metamorfosis sagrada de la adolescencia: desprenderse de la identidad infantil como la langosta deja su caparazón viejo.

Es un proceso que duele como un parto al revés, donde no nace un bebé sino un adulto. En cada transición hay incomodidad que se siente como estar perdido, miedo que susurra "quédate donde estás", resistencia que grita como un niño que no quiere soltar su juguete roto.

Los niños que aprenden a tolerar esa frustración, como plantas que crecen fuertes en terreno pedregoso, a resolver en lugar de rendirse, a persistir con miedo, son los que más lejos llegan. No por talento, sino por carácter que se forja en la incomodidad diaria.

Como padres, tenemos una tentación peligrosa: evitarles la incomodidad de cambiar de caparazón. Los envolvemos en algodón cuando necesitan desarrollar músculos. Les damos excusas cuando necesitan explicaciones. Los rescatamos cuando necesitan aprender a salvarse solos.

Pero la langosta nos enseña: cada vez que rompe su caparazón limitado, el mundo le queda más grande y ella también. La incomodidad de hoy es el material con que se construye la fortaleza de mañana.

Innovemos algo ¡Ya! Enseñemos a nuestros niños que la incomodidad no es peligro, sino crecimiento. Que cada vez que la vida los presione como un caparazón que ya no sirve, pueden crear uno más fuerte, más amplio, más auténtico. Porque como la langosta y el capullo, estamos hechos para transformarnos.

Terapia presencial y online, con la autora de esta columna.


innovemosalgoya@gmail.com