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EL MERCADO PÚBLICO



RUBÉN DARÍO VERGARA SANTANA

Hablar de emprendimiento popular en los mercados públicos es honrar una economía hecha de esfuerzo, comunidad y tradición, con rostro humano y alma colectiva.


Miércoles 06 de Agosto de 2025 9:32 am


EL MERCADO PÚBLICO

 

RUBÉN DARÍO VERGARA SANTANA

 

II/III

Hablar de emprendimiento popular en los

mercados públicos es honrar una economía

hecha de esfuerzo, comunidad y tradición,

con rostro humano y alma colectiva.

 

CUANDO don Rogelio se hizo cargo de la carnicería familiar, el negocio apenas podía sostener los gastos de la casa. Cortaba carne desde las cinco de la mañana, despachaba con paciencia a cada cliente y, en la tarde, aún salía a buscar proveedores. Hoy, después de una década, no solo conserva su espacio en el mercado, sino que abrió un local afuera, en la colonia vecina, y abastece a varias menuderías, taquerías y restaurantes que le compran directo. “Empecé aquí adentro, pero ya no cabíamos”, dice con orgullo mientras limpia el mostrador.

Esta historia se asemeja a muchas realidades que habitan detrás de los mostradores de los mercados públicos. Son relatos que rara vez se reconocen en su verdadera dimensión, que no es otra que la del emprendimiento popular, de pequeños empresarios que iniciaron vendiendo por kilo y hoy manejan un negocio más complejo, con visión de crecimiento.

La idea de que los locatarios son comerciantes menores quedó rebasada por la realidad. Hay quienes, efectivamente, viven al día, sin margen de maniobra, atrapados en un ciclo de ventas mínimas, pagos forzados y urgencias constantes. Son presa fácil de los prestamistas, quienes les ofrecen dinero inmediato a cambio de cuotas diarias impagables. No les queda de otra que aceptar esos préstamos para surtir producto o cubrir una emergencia, porque el sistema financiero formal no los considera tan fácilmente sujetos de crédito. No tienen garantías de pago o ya las perdieron anteponiendo la ilusión de una mejor calidad de vida para su familia. Así sobreviven entre la necesidad y la presión, con escaso apoyo institucional y sin certezas a futuro.

Aun con esas dificultades, también existen quienes logran reinvertir, diversificarse, contratar ayudantes, administrar flujos de efectivo, gestionar deudas y profesionalizarse poco a poco. Algunos han logrado ampliar su giro, comprar otro local fuera del mercado o habilitar negocios familiares con los que participan otros hijos o hermanos. El mercado público fue el punto de partida.

Giros como las carnicerías y pescaderías destacan por su exigencia operativa. No se trata solo de vender; se necesita experiencia, conocimiento técnico, disciplina sanitaria, trato humano y mucha resistencia. Quien sobrevive años ahí, en un entorno altamente competitivo, con márgenes variables y sin red de seguridad institucional, ha demostrado capacidad empresarial.

Don Rogelio reconoce que el mercado le dio la oportunidad de arrancar cuando no tenía nada, y hoy puede dar trabajo a diez personas y enviar a su hija a la universidad. “Este lugar fue mi escuela”, dice. Y es que muchos mercados son escuelas informales de negocio, espacios donde se aprende a vender, a negociar, a resistir y a innovar con los recursos disponibles.

Locatarios como don Rogelio son empresarios con otra historia, que, sin cotizar en la bolsa, generan empleo, mueven productos frescos y sostienen la economía local. Reconocerlos es empezar a darles lo justo, porque cada puesto no es solo venta, es una vida que merece crecer sin perder sus raíces.

Lo que hace falta no es caridad ni dádivas, sino una política pública que entienda el papel real de los mercados como semilleros de empresarios populares. No basta con pintarlos o remodelarlos por fuera. Se requiere acompañamiento financiero, asesoría administrativa, acceso a servicios, infraestructura moderna y reglas claras. Porque lo que está en juego no es solo un espacio físico, sino una forma de organización económica profundamente arraigada en nuestras ciudades.