EL AUTÉNTICO PODER ES EL SERVICIO

VÍCTOR CÓRCOBA HERRERO*
Jueves 14 de Agosto de 2025 10:53 am
VÍCTOR
CÓRCOBA HERRERO EL
AUTÉNTICO PODER ES
EL SERVICIO “De poco sirve tenerlo todo, si
luego no sabemos compartir nada. Igual sucede con encumbrarnos, hasta subir a
la luna, si después no vivimos como hermanos en la tierra. Fraternizarse en la
diversidad es nuestra gran asignatura pendiente, lo que nos demanda a ejercitar
el amor, aunque nos cueste la propia vida”. NECESITAMOS
un cambio radical, una transformación de principios y valores, que encaucen
nuestro acontecer diario hacia la entrega generosa, que es lo que nos vivifica
el entusiasmo del abrazo sincero, más allá de la autosuficiencia, de nuestra
propia ceguera mundana. Hemos de despertar, pues; ya que lo que prevalece no es
el éxito ni el dinero, sino el espíritu donante, la humildad y el amor. El referente está en María que, por estas
fechas suele invocársele aún más, acudiendo a venerarla a algún santuario
mariano, de la multitud de ellos que poseemos por toda la tierra. Nuestra Madre
celestial, reavive en nosotros con su estilo de cercanía, compasión y ternura,
la esperanza tantas veces disipada, haciéndonos vislumbrar un nuevo orden de
las cosas. Ningún
pueblo del mundo, debe tener como destino la miseria y la desesperación de sus
gentes; sus gobiernos y las masas de poder, han de ponerse a reflexionar sobre
estas dolorosas historias humanas, que están ahí, en cualquier esquina,
próximas a nosotros. El deterioro de los servicios esenciales básicos y la
desnutrición significativa que sufren actualmente multitud de gentes, es tan
brutal, que ha de hacernos repensar sobre la situación que vivimos, tan injusta
en ocasiones y cargada de violencia. La humildad y el guardar silencio, puede
que sea el punto de partida para oírnos interiormente y poder interrogarnos.
Resulta sublime ver que la criatura más humilde y elevada de la historia,
María; la primera en conquistar los cielos con todo su ser, extienda su
protección maternal. Ese
cultivo sumiso y manso, es lo que acrecienta la cultura del cuidado como camino
de paz. Causa asombro que, junto a numerosos testimonios de amor y solidaridad,
estén cobrando un nuevo impulso diversas formas de concebir patria, con
abecedarios egoístas, que propician intransigencia, xenofobia e incluso guerras
y conflictos, sembrando muertes y destrucción. En consecuencia, sería bueno que
fijásemos nuestra mirada en la Virgen María; la única que puede ayudarnos a no
ceder a la incitación de desinteresarnos de los demás, especialmente de los más
débiles, comprometiéndonos en la formación de un orbe sistémico, porque nadie
se auxilia solo y ningún Estado nacional aislado, puede asegurar el bien común
a su gente. Tenemos
que empequeñecernos como María, puerta del cielo y abogada nuestra, que sabe
nutrirnos de amor como nadie, para no dejarnos vencer por las dificultades y
absorber por los miedos. De aquí surge el Magníficat, de donde emana la mayor
de las alegrías, no de la ausencia de los problemas, que antes o después
llegan, sino que el gozo germina de esta mística presencia, sustentada en el
acogerse y recogerse, que nos ayuda y nos trasciende. De poco sirve tenerlo
todo, si luego no sabemos compartir nada. Igual sucede con encumbrarnos, hasta
subir a la luna, si después no vivimos como hermanos en la tierra.
Fraternizarse en la diversidad es nuestra gran asignatura pendiente, lo que nos
demanda a ejercitar el amor, aunque nos cueste la propia vida.
Con
razón se dice y se comenta, que el buen proceder radica en el amar, porque el
verdadero amor no se reconoce por lo que pide, ni tampoco se conoce por lo que
exige, sino por lo que ofrece. Desde luego, no hay mejor ofrenda a María, que
engrandecer al Señor. Dejémonos llevar por su mano, unámonos también nosotros,
con el corazón, a este cántico devoto de paciencia y victoria, que une a la
Iglesia triunfante con la peregrinante. Tomemos el rosario como bastón de
nuestra existencia, que nuestra meta no está aquí abajo, sino arriba.
Aprendamos a querernos mutuamente, a vivir la vida como servicio a la sociedad,
con coherencia entre el decir y el obrar. Que ella sea, la estrella que guíe
nuestros pasos, al encuentro con su Hijo y al reencuentro de, nuestro propio
verbo, con el verso.