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El boleto más caro que no compramos



VÍCTOR MANUEL VILLALOBOS CHÁVEZ


Viernes 26 de Septiembre de 2025 10:03 am


El boleto más caro que no compramos

VÍCTOR VILLALOBOS CHÁVEZ*

Vivimos en una sociedad donde pagar dos mil pesos por un concierto se siente como inversión, pero aportar cien a una causa social se siente como gasto innecesario. Donde un boleto VIP nos da “experiencia”, pero una aportación para un niño con autismo apenas nos arranca un “qué bonito, pero ahorita no puedo”.

La verdad es incómoda: gastamos más en entretenimiento que en empatía.

Es curioso: hacemos fila horas bajo el sol para entrar a un festival, pero posponemos indefinidamente esa cita para conocer una fundación o visitar un centro que atiende a personas con discapacidad. No nos importa desembolsar en palomitas XL para ver una película de dos horas, pero nos cuesta soltar una aportación que podría cambiar la rutina de una familia durante un mes.

Y no, no es que esté mal divertirse. El problema es que, sin darnos cuenta, hemos puesto la cultura del espectáculo por encima de la cultura de la solidaridad. Hemos comprado la idea de que la felicidad está en consumir experiencias fugaces, mientras miramos como “aburrido” o “complicado” involucrarnos en las realidades de otros de manera más empática y solidaria.

En la atención al autismo y la discapacidad, esta brecha es aún más cruel. Porque mientras los presupuestos familiares se ajustan para ver a artistas internacionales, los padres siguen organizando rifas, vendiendo comida o haciendo colectas para pagar terapias. Porque mientras una serie en streaming nos da tema de conversación por una semana, la vida de una persona excluida se mantiene fuera de cualquier diálogo público.

Y lo más absurdo es que lo sabemos. Sabemos que un concierto dura tres horas, pero un acto de solidaridad puede durar generaciones. Que un boleto caro nos da un recuerdo, pero un apoyo sostenido le cambia la vida a alguien. Y, aun así, seguimos eligiendo el aplauso masivo en lugar del silencio incómodo de ayudar.

Quizá el problema no es que no queramos ayudar, sino que no hemos aprendido a ver la ayuda como parte de la vida, como un boleto más en la lista de cosas que compramos sin pensarlo.

Al final, la gran ironía es que el espectáculo más caro que perdemos no está en un estadio, ni en un teatro, ni en una pantalla. Está en la vida real, frente a nosotros, todos los días.

Tal vez es momento de empezar a “comprar entradas” a lo que de verdad importa: a la inclusión, al respeto, a la empatía que no caduca con los aplausos. Porque la vida, a diferencia de un concierto, no tiene repetición.

Con cien pesos (menos de lo que cuesta un combo en el cine) un alumno con autismo de nuestra fundación puede tener un día de terapias, materiales para aprender o un transporte seguro para asistir a sus actividades. Es decir, con lo que para nosotros es cambio de bolsillo, para ellos se traduce en oportunidades reales.

Y lo mejor es que no necesitas llenar formularios ni hacer filas interminables: el único paso que hace falta es decir “sí”. Sí a creer en el poder de lo sencillo. Sí a darle valor a lo que perdura. Sí a ser parte del espectáculo más importante: el de transformar vidas.


*Director Ejecutivo de Fundación Mexicana de Autismo TATO