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LA PALABRA DEL DOMINGO



ÓSCAR LLAMAS SÁNCHEZ

¡Lázaro! ¡quiero ayudarte! (Lc 16, 19-31)


Domingo 28 de Septiembre de 2025 4:06 pm


EL día de hoy, Jesús nos advierte, una vez más, sobre la urgencia de hacer buen uso de la riqueza si queremos salvarnos. Para ello nos narra la parábola de aquel hombre rico que no hacía más que amasar el dinero; banqueteaba y se daba la gran vida. Y, en contraste, nos habla del pobre Lázaro, tirado en la puerta de la casa de aquel hombre rico; cubierto de llagas y deseoso de saciarse con las migajas que caían de la mesa del acaudalado, pero nadie se las daba. Entonces, ambos murieron: el rico y el pobre.


Cuando Lázaro muere, es llevado “al seno de Abraham”, es decir, al lugar de honor en el banquete del Reino de Dios. El rico, en cambio, se encuentra en medio de tormentos y clama suplicante que Lázaro moje siquiera la punta de su dedo en agua para refrescar su lengua.

Observamos que aquel hombre rico no es acusado de haber robado, maltratado o explotado a Lázaro. Tampoco se dice que se negara a darle limosna. Simplemente no lo vio, lo ignoró. Esa vida de placeres egoístas lo separó de Dios y del hermano necesitado, y lo condujo a un destino de condenación. 


La historia humana no termina en el presente. Se prolonga en la eternidad, en el cielo que comenzamos a preparar aquí en la tierra, colaborando con los planes salvíficos de Dios: construyendo fraternidad y paz, y atendiendo de manera inmediata a las necesidades urgentes de los marginados.


Compartir los bienes no es solo un deber personal; es también responsabilidad de los grandes poderes nacionales e internacionales, llamados a organizar un sistema económico más justo, donde no existan injusticias como las que hoy vivimos.


El cristianismo no se opone al desarrollo de los pueblos ni al enriquecimiento legítimo de los seres humanos. Cristo ama a todos sin excepción: muere y resucita por todos. Su predilección por los pobres no excluye su amor total también para los ricos, pero precisamente porque ama sin medida, advierte con seriedad los peligros de la riqueza que no se comparte.

Volvamos, entonces, a las fuentes de nuestra fe, para entender que Dios nos pide comprometernos, según nuestras posibilidades, con los pobres. Ignorar a los desamparados, no auxiliarlos, y en cambio aferrarnos al dinero, nos convierte en adoradores del becerro de oro y nos hace renunciar a la verdadera felicidad en Dios.


Amigo, amiga: la Palabra de Dios hoy nos llega con la fuerza de lo urgente y lo inmediato. Pidamos a Cristo en la Eucaristía, que abra los ojos de nuestro corazón para obedecer su palabra y convertirnos en instrumentos activos de la instauración de su Reino y su justicia.