RAZONES

JORGE FERNÁNDEZ MENÉNDEZ
El 68, mito convertido en historia
Jueves 02 de Octubre de 2025 9:04 am
RAZONES El 68, mito convertido en historia JORGE FERNÁNDEZ MENÉNDEZ SUCEDE desde hace 11 años con el caso Ayotzinapa y desde hace mucho más, 57 años, con el 2 de octubre de 1968. Sabemos perfectamente lo que ocurrió, sabemos quiénes fueron los responsables de ambas tragedias, pero preferimos envolver ambos acontecimientos en el mito. Es políticamente más rentable no cerrar las historias; en última instancia, somos una sociedad que se identifica con las víctimas y que suele despreciar los datos duros que acaben con las construcciones mitológicas. Del 2 de octubre de 1968, sólo nos queda, en el mejor sentido de la palabra, el mito. El mito es un relato de hechos maravillosos protagonizados por personajes sobrenaturales o extraordinarios, dice mi enciclopedia, y para muchos eso sigue siendo el 68. En realidad, todo fue bastante más prosaico: no tiene nada de maravilloso asesinar a jóvenes en medio de un fuego cruzado entre fuerzas policiales (en realidad, paramilitares) y militares (y contra algún que otro estudiante mal armado) que no se reconocen entre sí porque así se lo orquestó desde el poder; detener y abusar de decenas, centenares de jóvenes inocentes, y acabar con un movimiento que ya había pasado sus mejores momentos, para poder inaugurar en paz las olimpiadas que iniciarían días después. Tampoco los personajes que participaron en ello eran sobrenaturales o extraordinarios. Los hubo heroicos, pero también traidores; hubo criminales, hombres y mujeres íntegros, otros que no eran ni una cosa ni la otra: quienes iban honestamente a tratar de romper con un sistema político o asumir su modernidad en ciernes, y quienes pensaban que acababan con una conjura internacional contra el país. Y hubo, por sobre todas las cosas, la rigurosa frialdad del ejercicio del poder sin importar los costos. Los mitos se construyen de vida y muerte, sangre y carne, de pasiones sublimes y muy bajas. Y de eso sí hubo mucho en Tlatelolco. Hay un personaje central que jamás dejará de ser el gran responsable: Gustavo Díaz Ordaz, con la operación de quien se ganó entonces su sucesión, Luis Echeverría. El 68 nos dejó, también sin asumirlo plenamente, más una estética que una cultura, derivada del propio mito. En términos estrictos, no hay una cultura del 68, ni una literatura del mismo (aunque se escribieran muchos libros sobre el movimiento). Su música, como en el caso del rock, terminó casi en la clandestinidad, con un cierto desprecio de las dirigencias políticas de izquierda de entonces, y todo se consumió en la llamada música de protesta, de buena o mala calidad, que tenía exponentes nacionales, pero provenientes de la nueva trova cubana o de Sudamérica, donde se estaban desarrollando otros mitos que queríamos adquirir como propios. Dice Levi Strauss que los mitos deben tener tres elementos fundamentales para serlo: generar una pregunta existencial, estar constituidos por contrarios irreconciliables, en este caso estudiantes y gobierno; y un tercer elemento que de alguna manera trataron de implementar Echeverría y López Portillo en la década siguiente: la reconciliación de esos polos con el fin de conjurar, dice Levi Strauss, nuestra angustia. Todo eso fue parte del mito del 68, pero lo que no hubo fue la construcción de una verdadera historia del 68. Hoy conocemos lo que ocurrió a través de partes de esa historia que fueron reconstruidas sobre todo por Luis González de Alba, por Julio Scherer y por Carlos Monsiváis, pero seguimos teniendo un mito del 68 que no ha generado una historia, ni siquiera oficial, de lo sucedido y como nunca se hizo justicia, (algo imprescindible para convertir un mito en historia) seguiremos reinventando el 68 a pesar de que cada día está más lejos en nuestra historia y nuestra memoria.