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Vencer al mal



MARÍA EUGENIA GONZÁLEZ PEREYRA


Miércoles 15 de Octubre de 2025 8:16 am


HAY algo en el cuerpo que sabe cuándo estamos apretando demasiado. La mandíbula tensa, los hombros hacia las orejas, esa respiración que no termina de llegar al fondo. Es como si quisiéramos sostener el mundo entre los puños, convencidos de que si aflojamos aunque sea un dedo, todo se desmorona.

Y ahí está la trampa: confundimos tener habilidades con tener la actitud correcta para usarlas. Puedes ser brillante, capaz, talentoso hasta la médula. Pero si tu manera de ser en la vida nace desde el miedo, desde el perfeccionismo asfixiante, desde esa necesidad enfermiza de que todo calce en tu guion, tu talento se pudre en el encierro. Se oxida. Se apaga.

Porque una cosa es lo que sabes hacer y otra muy distinta es cómo eliges ser mientras lo ejecutas. Esa actitud interior, ese temple con el que enfrentas lo que venga, eso es lo que marca la diferencia real. No tu currículum. No tus logros en Instagram. Lo importante es tu talante.

Controlar tiene su lugar, claro. Nos protege, nos organiza, nos da estructura. Pero cuando el control se vuelve obsesión, cuando queremos certezas donde la vida solo ofrece probabilidades, empezamos a generar un sufrimiento inútil. La ansiedad no viene de los problemas: viene de pretender que no existan. De exigirle a la realidad que se comporte como nosotros necesitamos.

Es común que esto suceda. Gente brillante y capaz, con grandes recursos internos, se queda paralizada porque no puede soltar. Está atrapada en un pasado que se hace presente en todo este enredo. Creen que relajar la vigilancia es rendirse. Y no: soltar no es abandonar. Es cooperar con lo que es. Es distinguir entre lo que realmente depende de ti y lo que no. Es cambiar el "todo perfecto" por el "suficientemente bueno". Y créeme: eso no es mediocridad. Es cordura.

Las neurociencias lo confirman: cuando vivimos en modo hipercontrol, nuestro sistema nervioso está en alerta permanente. El cortisol alto, la amígdala hiperactiva, el cuerpo en modo supervivencia. No hay creatividad posible ahí. No hay disfrute. Solo resistencia.

Cultivar un buen talante es desarrollar esa serenidad activa que no niega las dificultades pero elige responder desde un lugar más amplio. Es confiar un poco más y controlar un poco menos. Es cuidar hábitos en vez de obsesionarte con resultados. Es entender que la vida no es un examen que hay que aprobar: es un proceso que hay que transitar.

¿Qué cambiaría en tu vida si empezaras a soltar aunque sea un milímetro? Pruébalo. Afloja la mandíbula. Respira hondo. Deja que algo salga distinto a lo planeado y mira qué pasa. Tal vez descubras que tu verdadero talento estaba esperando que tu talante le hiciera lugar. Saca tu cita y ve a terapia.

innovemosalgoya@gmail.com