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Sueños truncados



MARÍA EUGENIA GONZÁLEZ PEREYRA


Viernes 17 de Octubre de 2025 8:31 am


ESE sueño que tu mamá no cumplió. Aquel negocio que tu papá no pudo abrir. La carrera que truncaron, que dejaron a medias. La felicidad a la que renunciaron para ser obedientes o repetir un patrón; esa carga que nadie ve, la que pesa como piedra en el pecho, pasa a tus hombros como herencia silenciosa y mandato invisible. ¿Te duele? Yo sé que sí, aunque tú no lo notes. El inconsciente es muy poderoso.

Carl Jung lo dijo con claridad: "La carga más pesada que lleva un niño es la vida no vivida de sus padres." Tenía razón, porque los hijos, a veces, crecen sintiendo que deben compensar, llenar los vacíos, ser lo que sus padres no pudieron ser. Y ahí empieza el enredo: vivir para cumplir expectativas ajenas en lugar de construir la vida propia.

El amor de padres a hijos es un regalo, no una deuda, no un contrato. Cuando un padre o una madre dice "yo di todo por ti", está colocando, sin querer, una carga de culpa sobre los hombros de ese hijo. Y la culpa es un veneno lento que paraliza, ata y te impide florecer.

Con el regalo de amor y vida que los padres otorgan viene la responsabilidad de dar cuidado, atención, orientación. Pero esos regalos no generan una deuda a futuro para cubrir expectativas, miedos, frustraciones o sueños no realizados de nuestros padres. Porque cuando un hijo crece sintiendo que debe "pagar" la vida y el amor recibido, deja de vivir su propia vida y empieza a cargar con la vida no vivida de sus padres. Además, cuando los padres no pueden nutrir precisamente por esos sueños truncados, el hijo debe dejar el resentir para poder vivir.

Esto no es amor, es dependencia ciega que encadena, un amor que confunde lealtad con sacrificio. Los hijos, en esa lealtad, por ese gran amor que tienen por sus padres, inconscientemente terminan renunciando a sus propios sueños, a sus parejas, a sus decisiones, porque sienten que hacerlo diferente sería abandonarlos, traicionarlos.

Pero no. Honrar a los padres no es vivir la vida que ellos no vivieron; honrar a los padres es vivir plenamente la vida propia. Es florecer, atreverse a ser feliz, construir algo nuevo, diferente, auténtico. Porque cuando un hijo vive desde su deseo verdadero, desde su corazón, está honrando el regalo más grande que recibió: la vida.

El tesoro más grande que un padre o una madre puede dar a sus hijos, después de la vida misma, es el permiso para que vivan, es dejarlos ir. "Hijo, para mí está bien que tú vivas tu vida. Yo he vivido la mía y me puedo hacer cargo de ella. Mis expectativas son mías, no son tuyas. Se feliz. Usa tu vida. Así nos honras."

Ese permiso no es abandono, es amor maduro, amor que confía, amor que entiende que cada generación tiene su propio camino. El mejor legado no es que los hijos carguen nuestras cruces, sino que vuelen con sus propias alas.

Innovemos algo ¡ya! Si eres padre o madre, revisa qué expectativas estás colocando sobre tus hijos. Pregúntate: ¿los estoy amando para que sean libres o para que me completen? Y si eres hijo, date permiso de soltar la culpa. No tienes que vivir la vida que tus padres no vivieron. Tu lealtad no está en sacrificarte, está en vivir plenamente, en ser feliz, en florecer. Eso es lo que realmente los honra.

innovemosalgoya@gmail.com