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Cuando una sola persona basta



VÍCTOR MANUEL VILLALOBOS CHÁVEZ


Viernes 24 de Octubre de 2025 12:57 pm


EN Hokkaido, Japón, existía una pequeña estación de tren llamada Kyu-Shirataki. Era una parada diminuta, casi olvidada por el tiempo. Los trenes pasaban sin detenerse, hasta que un día los operadores descubrieron que una sola estudiante tomaba ese tren todos los días para ir y regresar de la escuela. Su nombre era Kana.

Cuando la compañía ferroviaria lo supo, decidió mantener abierta la estación solo por ella. Durante tres años, el tren se detuvo dos veces al día, sin fallar ni una sola vez, incluso en los inviernos más crudos. El último día que Kana tomó el tren, al graduarse, el conductor la despidió con una reverencia. La estación cerró, pero su historia encendió una lección que debería atravesar fronteras: cuando algo importa de verdad, una sola persona basta para justificar todo el esfuerzo.

Pero en México parece que hemos olvidado eso. Aquí, el valor de las causas sociales suele medirse por números, estadísticas, gráficas y fotos oficiales, no por vidas transformadas.

Los apoyos llegan (cuando llegan) solo si puedes demostrar que atiendes a “suficientes personas”, que tus cifras “valen la pena”, que tus resultados “impactan masivamente”. Como si una vida no fuera suficiente razón para actuar. Si una asociación atendiera a una sola persona con autismo, pero lo hiciera con entrega, compromiso y resultados, ¿no sería ya un logro digno de ser respaldado? ¿Desde cuándo la empatía necesita volumen para ser válida?

En Fundación TATO lo vemos cada día. Hay niños que avanzan apenas unos centímetros en el camino de su desarrollo, pero detrás de esos centímetros hay horas de terapias, años de esfuerzo y montañas de amor. Hay padres que recorren kilómetros para llegar, solo para escuchar que su hijo hoy dijo una palabra nueva. Y aun así, ante los ojos del sistema, “una familia no es suficiente”.

Nos hemos acostumbrado a medir el valor social con la lógica del mercado: “entre más grande, mejor”. Pero en la atención humana, el impacto no se mide en cantidad, sino en profundidad.

Cambiar la vida de una persona cambia, inevitablemente, la de quienes la rodean. Así se transforman las comunidades. Así empieza el verdadero cambio.

Deberíamos aprender de Japón, no solo por su disciplina o tecnología, sino por su manera de entender el valor de una vida. Mantener abierta una estación por una sola estudiante puede parecer irracional desde la economía, pero profundamente lógico desde la humanidad.

Y es aquí donde tenemos que replantearnos la pregunta: ¿Queremos ser una sociedad que cierra estaciones porque solo hay una pasajera, o una sociedad que las mantiene abiertas porque una sola persona vale todo el viaje?

Quizá no tengamos trenes que esperen cada mañana, pero sí tenemos la oportunidad diaria de detenernos por alguien que lo necesita.

Y si el sistema insiste en que “una persona no basta”, entonces sigamos insistiendo nosotros en que una sola vida transformada ya lo cambia todo. Porque el verdadero progreso no se mide en cuántos atendemos, sino en cuánto nos importa.

Y mientras algunos cierran estaciones, nosotros seguiremos deteniendo el tren por quien lo necesite. Si el mundo se mueve por cifras, nosotros seguiremos moviéndonos por personas.

Recuerda: la indiferencia es cómoda, hasta que te toca.

 

*Director Ejecutivo de Fundación Mexicana de Autismo TATO