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La tentación libertaria



DAVID VILLARREAL ADALID


Martes 28 de Octubre de 2025 12:49 pm



CONTRA todo pronóstico, el gobierno libertario-liberal de Javier Milei arrasó en las elecciones legislativas del pasado 26 de octubre en Argentina, al obtener más del 40 % de los votos. La agenda libertaria, que propone una máxima autonomía individual, mercados libres y un gobierno reducido al mínimo, se impuso en ese país.

En esta columna me propongo responder dos preguntas: ¿qué es el libertarismo y qué tan viable resulta como eje político y económico en un país como México?

El libertarismo es una corriente política y filosófica que antepone la libertad individual como principio rector. Es decir, el individuo es libre para vivir su vida como le plazca, poseer los bienes que desee, comerciar y asociarse; el Estado solo debe existir en la medida necesaria para garantizar esos derechos y evitar conflictos entre ciudadanos.

Aunque puede parecer un concepto atractivo (por su promesa de un gobierno minimalista, menos impuestos, menos regulaciones y mayor poder individual), plantea algunos retos: ¿qué sucede con los sectores más vulnerables?, ¿qué tan eficaz es el mercado cuando las instituciones no funcionan correctamente?, ¿cómo se puede hablar de libertades en un país desigual?

Aquí es donde el análisis para México se vuelve interesante. En primera instancia, parecería que tendría eco la retórica libertaria: el Estado mexicano, con su tamaño y burocracia excesiva, a menudo obstaculiza, complica trámites e inhibe la toma de decisiones.

Sin embargo, la desigualdad, la informalidad y la dependencia de los servicios públicos por parte de amplios sectores de la población hacen inviable un Estado mínimo sin protección social. Además, la presencia de monopolios y oligopolios impide que la liberalización garantice una libertad real.

Si México algún día pretendiera dar pasos hacia el libertarismo, debería ser uno adaptado al contexto nacional. Para ello vislumbro tres requisitos: primero, la reducción selectiva del Estado improductivo, es decir, de todas las áreas de gobierno que obstaculizan en lugar de ayudar; segundo, el fortalecimiento de las instituciones de regulación del mercado, que defiendan los derechos de propiedad y combatan los monopolios; y tercero, adoptar las reformas de forma gradual, considerando la diversidad regional y la complejidad social del país.

No cabe duda de que el libertarismo es genuinamente atractivo al empoderar al individuo, pero adolece ante dos vacíos. Primero, liberalizar las economías sin partir del supuesto de que muchos lo harían desde posiciones frágiles resultaría en una perversión de la realidad. Parafraseando a Amartya Sen, Premio Nobel de Economía, la libertad no es hacer lo que uno quiere, sino poder hacerlo sin que la realidad lo impida.

Segundo, la ambigüedad del “Estado mínimo”: si no hay actores efectivos que sustituyan el papel del Estado, lo ocuparían agentes dañinos como los oligopolios, las mafias o la informalidad. En ese sentido, un menor Estado no equivaldría a una mayor libertad.

La cuestión central siempre será: ¿qué tipo de libertad queremos y bajo qué condiciones?

 

*Presidente de la Asociación de Egresadas y Egresados de Economía UCOL