La inseguridad que nos roba la paz y la polarización que nos divide
EDUARDO SÁNCHEZ GARCÍA*
Miércoles 05 de Noviembre de 2025 2:13 pm
QUERIDOS
lectores del Diario de Colima, hoy
les escribo con el corazón apretado y la rabia contenida que todos sentimos en
estas tierras benditas, pero maltratadas. Vivimos en una inseguridad
inmerecida, que no merecemos ni nosotros ni nuestros hijos, y en una
polarización inhumana que nos ha convertido en enemigos de nosotros mismos.
¿Cuándo fue la última vez que pudimos caminar por las calles de Colima sin mirar
de reojo, o debatir ideas sin resentimientos y rechazo? Hoy no puedo ignorar la
violencia que nos acecha y la fractura social que nos desangra: es la cruda
realidad de nombres y rostros que ya no están. Remontémonos
unas semanas: el 14 de octubre, Gabriela Mejía, exalcaldesa de Cuauhtémoc (esa
mujer valiente que dejó el cargo en 2024 soñando con un municipio mejor), fue
acribillada junto a su hermano al llegar a casa. ¿Por qué una servidora pública
dedicada al bien común termina así? El 20
de octubre, Bernardo Bravo Manríquez, líder limonero de Apatzingán, Michoacán
(nuestro vecino herido), fue secuestrado, torturado y hallado sin vida tras
denunciar extorsiones del crimen organizado a productores de cítricos. Un
hombre de campo, de manos callosas, que luchaba contra cuotas de muerte. El 1 de
noviembre, en plena celebración del Día de Muertos en Uruapan, Carlos Manzo,
actual alcalde, fue ejecutado durante el Festival de Velas: un atentado
atribuido al crimen organizado por haber detenido a uno de sus líderes. Tres
vidas segadas en un mes: exalcaldesa, líder campesino, alcalde. No es
coincidencia; es el patrón de un país en llamas. Y no son casos aislados: en
México mueren, en promedio, entre sesenta y cinco y setenta personas al día por
esta violencia, una hemorragia que nos asfixia. Hagamos
una exigencia fuerte, clara y contundente a las autoridades. No es para menos.
Ustedes prometieron pacificar el país, juraron defender la Constitución y
nuestra dignidad. Su mandato es una obligación sagrada. Ningún mexicano (ni
Gaby, ni Bernardo, ni Carlos, ni el próximo) debe morir por el crimen
organizado. No aceptamos excusas: “Estaba inmiscuido”, “se lo buscó”. Eso es
complicidad. Si denunciar extorsiones termina en tortura, si detener a un capo
acaba en muerte, ¿qué mensaje damos? Exigimos inteligencia, recursos,
coordinación entre niveles de gobierno; que el presupuesto blinde comunidades,
no reflectores. Resultados, no condolencias. Activemos
la revocación de mandato para quienes fallan en protegernos y promovamos la
renuncia voluntaria como un camino de dignidad: un acto de honor que libere al
país de líderes inertes y abran paso a quienes sí sirvan. Y si no pueden, que
renuncien.
Colima,
México: despierten. No esperemos ser los próximos. Rechacemos la violencia,
unámonos como familia, exijamos la paz robada. Si no nosotros, ¿quién? Mañana
será tarde.
