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Ni víctima eterna ni verdugo perpetuo



DAVID VILLARREAL ADALID


Miércoles 05 de Noviembre de 2025 2:14 pm



EN los últimos días, la relación entre México y España ocupó los titulares. El ministro español de Exteriores, José Manuel Albares, declaró el 31 de octubre que “ha habido dolor e injusticia hacia los pueblos originarios mexicanos durante la conquista” y que es justo reconocerlo y lamentarlo. Con eso, España visibiliza el sufrimiento histórico, pero no se disculpa formalmente. La pregunta es: ¿debería hacerlo?

Culpar a España es una forma elegante de posponer una cuestión profunda: ¿qué hemos hecho con la historia que nos contamos? La conquista no explica la desigualdad, ni la marginación de las comunidades indígenas, ni la desmemoria que arrastramos. Es cierto que la llegada de los españoles fue violenta (como casi cualquier encuentro entre civilizaciones, por cierto), que impusieron una lengua y una religión. Pero también es cierto que de esa mezcla nació lo que somos hoy. Negarlo sería amputar nuestra raíz.

Cuando Hernán Cortés desembarcó en Veracruz en 1519, no lo hizo con un ejército invasor, sino con un grupo de exploradores y mucha audacia. Su victoria sobre Tenochtitlán no se debió a las armas, sino a su habilidad para leer el panorama político, al tejer alianzas con otros pueblos indígenas sometidos por los mexicas. Por tanto, no fue un conflicto entre extranjeros y locales, sino entre pueblos que eligieron bandos distintos.

De hecho, Cortés fue investigado y apartado del poder por órdenes de la Corona, que desconfiaba de su autonomía. Cuando se creó el Virreinato de la Nueva España en 1535, continuaron tres siglos de mestizaje, evangelización, minería, comercio y mezcla cultural que conformaron la identidad mexicana.

En el siglo XVIII, cuando España trató de transformar las colonias con las Reformas Borbónicas, el hartazgo criollo y las ideas liberales concibieron el movimiento independentista. Así comenzó un proceso que culminó en 1821, tras la entrada del Ejército Trigarante a la Ciudad de México y la creación de un nuevo país.

Si el hilo del rencor continuara hacia atrás, seguramente tendríamos que reclamar a Roma por conquistar Hispania, o a los árabes por ocupar la península ibérica durante ocho siglos… o tal vez a los fenicios por haber enseñado el comercio marítimo que luego trajo los barcos a América. La historia no tiene un punto de inicio puro: es una cadena de acontecimientos que se arrastra desde tiempos remotos. Dejemos de exigir perdón; empecemos a reinterpretar lo que nos contamos.

El problema no está en lo que ocurrió, sino en lo que seguimos creyendo que ocurrió. Durante décadas se nos enseñó una historia dividida entre héroes y villanos, pero la realidad ha sido más compleja. Si algo debemos cuestionar no es lo que pasó hace quinientos años, sino la ignorancia y el desprecio xenófobo que se gestan tras la construcción de estos discursos. Mientras se discute si España debe disculparse, todavía hay comunidades mexicanas sin agua, sin escuelas ni caminos.

Reaprender no implica olvidar, sino hablarnos con madurez. Entender que de la conquista surgió la lengua en la que nos comunicamos, la fe que practicamos, las ciudades que habitamos y una cultura en común. Somos hijos de un conflicto, sí, pero también del encuentro de dos grandes civilizaciones. No hay razón para vivir entre la culpa y el orgullo.

 

*Presidente de la Asociación de Egresadas y Egresados de Economía UCOL