El gran pacto
BRUNO MORFÍN CRUZ*
¡Productivo – Laboral!
Jueves 06 de Noviembre de 2025 1:33 pm
SER
trabajador formal o empresario en México se ha convertido en un acto de
valentía. Quien decide generar empleo o mantenerse dentro de la formalidad
parece, muchas veces, estar nadando contra la corriente. Entre impuestos,
inseguridad y un entorno incierto, trabajar y producir se sienten más como una
prueba de resistencia que como un proyecto de vida. Debemos
recordar que son precisamente los trabajadores y los empleadores formales
quienes mantienen vivo el corazón económico del país. Son los que pagan
impuestos, los que sostienen familias, los que financian la infraestructura
pública, los que mueven el consumo y dan estabilidad a sus comunidades. Sin
embargo, pareciera que el Estado ha olvidado esa responsabilidad elemental de
proteger y promover el trabajo digno y la actividad productiva. El
trabajador asalariado vive con la incertidumbre de enfrentar incrementos
constantes en los precios, un sistema de salud debilitado y la ausencia de
apoyos reales o subsidios. Por su parte, el dueño de un negocio debe cargar con
impuestos, cuotas, regulaciones y una creciente inseguridad, sin que a cambio
reciba la certeza mínima de poder operar sin riesgos, sin extorsiones y con
reglas claras. En este escenario, ambas partes parecen librar batallas
distintas, cuando en realidad combaten en el mismo frente: el de la
supervivencia económica. El
Estado tiene una obligación ineludible: garantizar las condiciones básicas para
que el trabajo y la productividad sean posibles y sostenibles. Ninguna empresa
puede prosperar si su personal teme por su seguridad o si el costo de proteger
su negocio supera su rentabilidad y su propio honor. Las
leyes laborales, fiscales y administrativas deben ser claras, justas y
previsibles. Cada vez que se modifican reglas sin planeación o se agregan
trámites innecesarios, se erosiona la confianza del sector productivo.
Finalmente, deben existir incentivos reales para la formalidad. Hoy pareciera
que el sistema castiga a quien cumple: mientras quien opera al margen evita
cuotas, impuestos y auditorías, quien paga y declara enfrenta costos que lo
ponen en desventaja. La
fuerza empresarial, estatal y nacional no puede ni debe limitarse a esperar
cambios desde el escritorio público. Ahora se requiere verdadero liderazgo, no
para exigir privilegios, sino para reclamar lo justo: un entorno que permita
producir, generar empleo y contribuir al desarrollo. Los
empleadores y los trabajadores no son enemigos naturales; son aliados por
necesidad y por destino. Uno no existe sin el otro, y ambos tienen el derecho
de exigir que el gobierno cumpla su papel de garante: no de obstáculo, no de
juez, sino de facilitador. La
productividad florece donde hay seguridad, reglas claras y respeto por quien
trabaja; en cambio, se marchita donde la indiferencia institucional deja solos
a quienes mueven la economía real. El
progreso se construye con responsabilidad compartida. Dueños de negocio,
trabajadores y ciudadanos debemos recordarle al Estado, con voz firme y unida,
que esa es su tarea principal. Porque cuando el gobierno deja de proteger el
trabajo digno y productivo, no solo falla a la economía: falla a su propio
pueblo.
*Director General de Soluciones
Integrales de Negocios
