Sobre la indiferencia
ROSA EVELIA VILLARRUEL FIGUEROA
Jueves 06 de Noviembre de 2025 1:34 pm
LA
indiferencia trastoca varias áreas de la vida humana, desde lo personal, social
o político; denota un desinterés o preocupación hacia aspectos variados o hacia
alguien en lo particular. Su impacto, de alguna manera, puede dejar huellas
profundas o implicaciones que suelen no ser fáciles de resolver, pero sí
prevenir. Cierto que
hoy día la inercia se impone ante cualquier connato de observación; vivimos tan
a prisa que ya no nos detenemos en circunstancias que merecen una mirada más
acuciosa, dejando pasar situaciones que, de verlas más detenidamente, se
pudiera evitar un desenlace final no agradable y hasta mortal. En el plano
emocional, la indiferencia puede ser el reflejo de una desconexión con personas
o contextos importantes, como en las relaciones laborales, políticas,
familiares o amistades que nos han contenido en dificultades difíciles de
sortear. Si bien la cultura nos ha llevado a la no expresión espontánea de los
sentimientos, siempre es tiempo para recapitular y considerar que el hecho de
sentir es un acto sumamente humano. En
cualquiera de estos ambientes, se da fácil esta desconexión por la influencia
tan grande que ejercen las redes sociales y los medios de comunicación, y
porque la individualización se ha impuesto a la colectividad que debería
permear todas y cada una de nuestras relaciones. Somos presa fácil de lo
inmediato y, si por casualidad algo nos llama la atención pero no es de nuestro
interés personal, simple y llanamente lo dejamos pasar. Así es como la
desconexión emocional va ganando terreno y puede instalarse de forma
permanente. Las causas
pueden ser variadas, como la ausencia de sensibilización. En estos tiempos
convulsos, algunas personas prefieren abstraerse de la observación de tanta
tragedia, llevando su atención a situaciones menos cargadas de dolor o
desesperanza y, sí, más insulsas, pueriles o que corresponden a un mundo de
fantasía; y cuando la conciencia hace lo suyo, ya nada o poco las conmueve. La falta de
empatía es otra forma de mantenerse lejos del dolor ajeno. La incapacidad de
ponerse en el lugar de otras personas que no la están pasando nada bien las
inmoviliza y no les permite actuar en momentos verdaderamente necesarios, sobre
todo cuando se trata de reivindicaciones de tipo social o luchas colectivas. La
empatía es un valor que se percibe como en peligro de extinción, pues
necesidades hay muchas donde demostrarla; sin embargo, se prefiere, como los
avestruces, hundir la cabeza y hacer como si no pasara nada. Aunque
muchas de estas actitudes también corresponden a un mecanismo de protección o
defensa, así, la indiferencia es el pretexto perfecto para huir de sentimientos
que, al desbordarse, no se tienen los recursos necesarios para orientarlos
hacia un buen manejo o contención. Lo anterior
nos lleva a la reflexión que, en estos tiempos estamos ante la madre de todas
las indiferencias. Al gobierno actual no le interesa comprometer sus
sentimientos ante todos los acontecimientos de violencia que estamos padeciendo
como ciudadanía. Involucrarse de manera solidaria ante la tragedia no está en
su programa de trabajo y menos en un interés por el bien común. Pese a
todo, las tragedias unen. Lo que acaba de suceder en Uruapan, Michoacán; las
desapariciones sistemáticas, los constantes incendios a negocios en nuestro
estado y los feminicidios, muy visible y patente, están reactivando el efecto
dominó, tan necesario en estos momentos.
La
indiferencia se combate reactivando la conexión emocional con todo lo que nos
es importante. Esperar que el gobierno resuelva, es claro que no. Pero sí
debemos exigirle que cumpla con aquello que le corresponde hacer desde su
responsabilidad y compromiso con la sociedad.
