EL CENTINELA DEL AUTISMO
VÍCTOR MANUEL VILLALOBOS CHÁVEZ
De infractores a agentes de cambio
Viernes 07 de Noviembre de 2025 9:05 am
CADA vez que llego al
Complejo Administrativo del Gobierno del Estado de Colima, la escena se repite:
los pocos cajones azules para personas con discapacidad están ocupados por
vehículos sin placas preferenciales ni tarjetón. La frase de cajón es siempre
la misma: “sólo son cinco minutos, vengo rápido a un trámite”. Pero esos “cinco
minutos” suceden en el lugar donde se concentran recaudación, licencias,
educación, salud, vivienda y programas sociales. Ahí pasan diariamente cientos
de personas, entre ellas muchas con discapacidad o movilidad reducida que sí
necesitan estar cerca de la entrada. De acuerdo con datos
oficiales, alrededor del 5.5 por ciento de la población de Colima vive con
alguna discapacidad, es decir, cerca de 40 mil personas. No son una minoría
lejana: son parte de nuestras familias, vecindarios y centros de trabajo. Sin
embargo, los poquísimos espacios destinados a facilitarles el acceso terminan
siendo estacionamiento cómodo para quienes tienen prisa. La normativa ya
establece que esos cajones son de uso exclusivo, que deben respetarse y que su
uso está ligado a placas y tarjetones especiales. En el municipio de
Colima, el reglamento de tránsito contempla para esta falta una sanción de
entre diez y veinte UMAs, lo que hoy se traduce, de forma aproximada, en multas
que pueden ir de unos 900 hasta casi mil 800 pesos por estacionarse en lugares
destinados a vehículos que transportan personas con discapacidad o junto a
rampas y accesos. Si tomamos un promedio de mil 300 pesos por multa,
hablaríamos de un monto nada menor. Podemos quedarnos en la
queja o podemos plantear algo distinto. Si alguien se estaciona indebidamente
en un espacio reservado para personas con discapacidad, ya está causando un
daño concreto a esa comunidad. Entonces, ¿por qué no convertir esa misma falta
en una herramienta directa de cambio? La propuesta es simple:
que todas las multas por ocupar espacios para personas con discapacidad se
etiqueten y se destinen de forma obligatoria a las asociaciones civiles y a las
instituciones de asistencia privada que trabajan con discapacidad en ese mismo
municipio. Es decir, que el dinero no se pierda en la caja general, sino que
llegue a quienes dan terapias, apoyos técnicos, rehabilitación, acompañamiento
a familias y oportunidades reales de inclusión. Imaginemos un escenario
moderado: si sólo se levantaran dos multas diarias por invadir cajones para
personas con discapacidad, serían sesenta en un mes. Con un promedio de mil 300
pesos por multa, estaríamos hablando de alrededor de 78 mil pesos mensuales.
Esa cantidad alcanzaría para financiar decenas de sesiones de terapia, comprar
sillas de ruedas, bastones o realizar adecuaciones accesibles en espacios
comunitarios. Cada infracción se convertiría así en financiamiento para
proyectos que sí cambian vidas. De esa manera, quien hoy
se siente “muy listo” por estacionarse en un lugar reservado “porque no pasa
nada”, dejaría de ser sólo un infractor para convertirse, aunque no lo quiera,
en agente de cambio: su falta tendría una consecuencia económica clara a favor
de la misma población a la que está afectando con su conducta. Lo ideal, por supuesto,
sería que nadie se estacionara en esos cajones sin tener el tarjetón ni la
necesidad real. Que bastara la empatía. Pero mientras eso llega, podemos hacer
algo más inteligente: que cada acto de egoísmo se convierta en un apoyo concreto.
Si ya va a doler en la cartera, al menos que también sane un poco la deuda que,
como sociedad, tenemos con las personas con discapacidad.
*Director Ejecutivo de
Fundación Mexicana de Autismo TATO
