Cargando



GRACIAS POR LO VIVIDO



MARÍA EUGENIA GONZÁLEZ PEREYRA


Viernes 14 de Noviembre de 2025 11:07 am


 

 

A veces, es tanto el amor que llevamos dentro que quisiéramos entregarlo, porque eso es el amor: compartir la grandeza creadora que nos habita con el otro, para su mayor bien, deseando brindarle un espacio de gozo y paz. Pero a veces ocurre que es imposible entregar ese amor por diferentes circunstancias. Porque la vida, las creencias ancestrales o las oportunidades que no vimos o no pudimos tomar nos lo impiden.

Entonces, cuando una puerta se abre con esperanza e ilusión, el corazón brinca de gozo, aunque no siempre seamos correspondidos. Si alguien confunde un "te amo" con un compromiso, con un peso o con una regla romántica y huye, es que aún no ha comprendido que el amor que nos habita es tan eterno como la creación misma. Que a veces un "te amo" solo lleva esta expresión: quiero compartir contigo la dicha que me habita.

A veces pasa. Y a veces hay que aceptar que el silencio no es una despedida, sino una pausa en la vida de quien no ha aprendido que amar no es dolor, y que, si en su historia hubo lágrimas, en lo compasivo del amor no existen límites. Pero sí dignidades que aceptan los silencios con olvidos casuales.

Aquí es donde las palabras de Lorena Pronsky cobran sentido profundo: "Cúrate, mijita… no del amor, sino del vacío que confundiste con amor". Porque hay una diferencia esencial entre el amor que brota desde la plenitud y el que surge desde la carencia.

Un corazón sano puede decir "te amo" sin esperar nada a cambio, sin confundirlo con posesión o destino. Y también puede decir con honestidad: aunque no te quiero poseer, sí te extraño en mis días, te añoro en mis mañanas. Porque amar desde la plenitud no significa no sentir, sino sentir sin aferrarse.

Entonces, aprendes la lección más dura y más liberadora: que puedes dar amor completo, verdadero, inmenso, y quien lo recibe puede gozarlo, puede sentirse bendecido por él y, aun así, elegir el silencio. No por crueldad, sino porque quizás aún no sabe habitar un amor que no duela, que no exija, que simplemente sea.

Y tú, en tu dolorosa dignidad, aceptas. No porque seas débil, sino porque has comprendido que el amor verdadero no se mendiga, no se persigue, no se ruega. Se ofrece libremente, como el sol que da su luz sin preguntar si alguien la necesita. Y si hay ausencia, si hay silencio, si hay olvidos casuales, tú sigues brillando. Porque ese amor que habita en ti no depende de quién lo reciba para existir. Es tuyo, es eterno, es creación pura.

Innovemos algo ya: Amemos sin miedo a no ser correspondidos, porque el verdadero acto de amor es darlo, no recibirlo. Y cuando alguien no sepa qué hacer con semejante regalo, simplemente sonríe, bendice su camino y sigue habitando en esa grandeza que nadie, ni el silencio más largo, podrá jamás quitarte.

Brindo por lo que pudo ser y en tu olvido dejó de crecer. Gracias por lo vivido...

 

innovemosalgoya@gmail.com