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Agua y tierra



RUBÉN DARÍO VERGARA SANTANA


Miércoles 10 de Diciembre de 2025 9:53 am


DURANTE décadas, el mercado impuso la regla de que la empresa debe estar cerca del consumidor final para reducir costos, optimizar logística y competir en precio. Bajo esa lógica se concentraron industrias, vivienda y empleo en el centro, el norte y el Bajío del país, aun cuando en esas regiones el agua es cada vez más escasa. Se forzó a la naturaleza a adaptarse al mercado. Hoy, con la nueva Ley General de Aguas, ya no basta estar cerca del consumidor: ahora hay que estar donde exista suficiencia de agua.

Este principio, que parece técnico, es en realidad un detonador de una transformación económica, laboral y poblacional de gran escala. Las industrias intensivas en consumo hídrico (agroindustria, alimentos, bebidas, cerveceras, embotelladoras, transformación primaria) ya no podrán crecer libremente en zonas de estrés hídrico. Tendrán que mirar hacia donde el agua todavía existe en abundancia. Y ese territorio, en México, se ubica de manera clara en el sur-sureste.

Un elemento estratégico que podría cambiar por completo la ecuación es el Tren Maya. Más allá de su dimensión turística, este proyecto constituiría una columna vertebral logística y territorial que conecte regiones con alta disponibilidad de agua, amplias reservas de suelo y potencial productivo. El tren mueve personas, mueve territorio, inversión, cadenas de suministro y población. Se convierte en el primer gran andamiaje físico de ese posible “norte chiquito” que empieza a perfilarse en el sur del país.

La Ley General de Aguas apuesta a que el mercado comience a obedecer a la geografía del agua. No se trata de expulsar inversiones, sino de reubicarlas inteligentemente para que la disponibilidad hídrica deje de ser un cuello de botella y se convierta en un verdadero motor de desarrollo regional.

Si la industria se mueve, la población también se mueve. El país podría entrar en un reacomodo poblacional interno de profundidad histórica. Trabajadores que antes migraban al norte del país podrían migrar al sur. Ciudades medias podrían surgir donde antes no existían.

Este fenómeno abre, además, una posibilidad estructural pocas veces planteada con seriedad: la migración hacia EU podría disminuir de manera real (no solo coyuntural) si el sur del país logra generar empleo estable, vivienda, servicios, infraestructura y certeza jurídica. La migración no respondería a discursos, sino a oportunidades. Cuando las oportunidades se mueven, los flujos migratorios también.

Pero el riesgo mayor es que el mercado llegue antes que el Estado. Si primero llega la inversión, luego la gente y al final la planeación, el resultado será la proliferación de asentamientos irregulares, presión social, colapso urbano, invasión de suelos, contaminación de cuerpos de agua y ruptura del tejido social. La planeación dicta el orden correcto.

La nueva Ley de Aguas y el Tren Maya, leídos juntos, no son proyectos aislados. Son piezas de un mismo rediseño territorial. El tren aporta la conectividad; el agua, la viabilidad; la ley impone los límites; el mercado empuja la inversión; y el Estado debe garantizar el equilibrio. Si alguna de estas piezas falla, el modelo se descompone.

El mercado tendrá que adaptarse a la geografía del agua, no al revés. Y el sur-sureste, históricamente expulsor de población, puede convertirse en receptor de industria, empleo y desarrollo. No por ideología. Por necesidad.

El futuro económico del país ya no solo se decidirá en los corredores industriales del norte. También se jugará en las cuencas, en los ríos, en las selvas, en los acuíferos y en las vías férreas del sur. Ahí donde confluyen agua, tierra, tren y población, se está dibujando el nuevo mapa de México.