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Grandeza



JULIA LICET JIMÉNEZ ANGULO


Lunes 15 de Diciembre de 2025 10:50 am


GRANDEZA la de María Corina Machado, líder opositora venezolana, quien recibió, a través de su hija, el Premio Nobel de la Paz en Oslo, por su “incansable esfuerzo” en favor de los derechos y libertades de Venezuela.

Tuvo que salir disfrazada en plena noche, en un bote pesquero, para llegar a la isla de Curazao y volar (por cierto, en un avión mexicano), con varias escalas, a Oslo. Llegó doce horas tarde a la ceremonia de entrega del premio y, por eso, su hija Ana Corina Sosa leyó con emoción el extraordinario discurso de su mamá.

María Corina ganó abrumadoramente las elecciones primarias para ser la candidata a la presidencia en 2024, pero Maduro la inhabilitó y no pudo serlo. Escogieron a un diplomático poco conocido, Edmundo González Urrutia, y con él la oposición ganó por bastantes votos, pero la dictadura se robó las elecciones y empezó una represión brutal contra los opositores y sus familiares.

El mensaje de María Corina debe resonar en México y hacernos reflexionar por los momentos tan difíciles que estamos viviendo desde el 2018, y sobre todo en este último año, con su mayoría calificada artificial, con la que Morena aceleradamente se ha encargado de desmantelar nuestra democracia y los derechos ciudadanos ganados con mucho esfuerzo en la larga transición a la democracia que vivimos.

Fue un recordatorio brutal de lo que sucede cuando un régimen destruye instituciones y somete a su pueblo. En su punto central nos dice, desde su experiencia vivida, primero con Hugo Chávez y continuada con Nicolás Maduro, que la libertad y la democracia no están dadas: hay que defenderlas todos los días. La dignidad y el valor son virtudes irrenunciables del ser humano.

Muchas partes del discurso parecen una descripción de lo que estamos viviendo en México. Han seguido al pie de la letra el manual populista y totalitario del régimen venezolano. Por su relevancia, me permito transcribir solo una de esas partes:

 “Cuando comprendimos cuán frágiles se habían vuelto nuestras instituciones, ya era tarde… Desde 1999, el régimen se dedicó a desmantelar nuestra democracia: violó la Constitución, falsificó nuestra historia, corrompió a las Fuerzas Armadas, purgó a los jueces independientes, censuró a la prensa, manipuló las elecciones, persiguió a la disidencia y devastó nuestra biodiversidad… y entonces llegó la ruina: una corrupción obscena, un saqueo histórico… mientras el Estado se fusionaba con el crimen organizado… El régimen se propuso dividirnos: por nuestras ideas, por origen, por la forma de vida… la esperanza se derrumbó, y con ella se fue apagando la fe en algo que pudiera cambiar”.

No podemos ignorar este espejo venezolano. El silencio cómplice frente a la tiranía no es neutralidad, es alineación con el opresor. Cuando un gobierno deja de defender a los ciudadanos y normaliza el autoritarismo, traiciona su mandato democrático.

La historia es clara: las libertades no se pierden de golpe, se erosionan paso a paso. Por eso, alzar la voz, como lo hemos hecho las y los legisladores de Acción Nacional, no es exageración, es responsabilidad. Defender la democracia hoy es evitar lamentar mañana lo que pudo detenerse a tiempo.