Cuando el desarrollo aprende a seguir al agua
RUBÉN DARÍO VERGARA SANTANA
Miércoles 17 de Diciembre de 2025 12:21 pm
DURANTE muchos años, en
México el agua fue a donde fue el negocio. Donde había oportunidad de vender,
de construir o de sembrar algo rentable, ahí se buscaba llevar el agua. Si el mercado
estaba, el agua tenía que llegar. El negocio marcaba el paso y el agua se
acomodaba como podía. Ese modelo funcionó
durante un tiempo, pero hoy muestra claros signos de agotamiento. Los acuíferos
están cansados, las lluvias son irregulares y el clima ya no se comporta como
antes. Lo que durante años parecía suficiente hoy apenas alcanza. No es una opinión
técnica, es algo que se ve todos los días en el campo y en las ciudades. Con la nueva Ley
General de Aguas, publicada recientemente en el Diario Oficial de la
Federación, la señal es distinta. La idea es sencilla: ya no siempre se podrá
crecer donde el agua no alcanza. Poco a poco, el desarrollo tendrá que
acomodarse a la disponibilidad real del recurso, no como castigo, sino como una
forma de hacer las cosas con más orden y con visión de futuro. El agua se expresa en
títulos de concesión y en factibilidades de servicio. Sin concesión no hay uso
legal del agua, aunque exista físicamente. Sin factibilidad no hay desarrollo
urbano viable, aunque haya mercado. Esa es la realidad que hoy empieza a tomar
mayor peso en las decisiones públicas y privadas. Esto se nota en la vida
diaria: colonias que batallan para tener agua; proyectos que se detienen porque
no hay factibilidad; agricultores que ya no pueden sostener sus cultivos porque
el volumen concesionado no alcanza o porque el costo de extraer agua se volvió
incosteable. Cuando el cultivo deja de salir, el problema no es solo del
productor, es un problema social. Quien vive del campo lo
sabe. El clima cambió. Las lluvias ya no llegan cuando solían llegar. A veces
no llegan y a veces caen de golpe. Parcelas que antes producían hoy apenas
resisten. La forma de sembrar de antes ya no alcanza. Por eso se habla de
tecnificación, de reconversión productiva y de usar mejor el agua. Son ideas
necesarias, pero también costosas. No se le puede pedir al productor que cambie
todo sin acompañamiento. La tecnificación sin apoyo real se queda en discurso.
Hace falta crédito, asesoría y alguien que explique con claridad cómo adaptarse
a una nueva realidad. El campo tampoco
produce lo que quiere, produce lo que el mercado demanda. El consumidor tiene
preferencias, el consumo interno necesita abasto y las exportaciones empujan
ciertos productos. El problema es que muchos de esos productos requieren mucha
agua. No todo lo que se paga bien se puede producir en cualquier lugar. Cuando un cultivo deja
de ser viable, lo que debe atenderse es la transición: ayudar a cambiar de
producto, a encontrar mercado, a producir con menos agua y a no perderlo todo
en el intento. Si eso no se hace, lo que sigue es el abandono del campo o la migración. En todo esto, la
coordinación entre autoridades es clave. Si la federación regula concesiones
sin dialogar con estados y municipios. Por eso sería deseable
que los tres órdenes de gobierno ya estén avanzando en lo básico: información
clara sobre la disponibilidad de agua, padrones actualizados de concesiones,
programas de desarrollo urbano alineados con el agua disponible y reglas claras
para otorgar factibilidades. Hay un dicho que dice:
agua que no has de beber, déjala correr. Tal vez hoy convenga repensarlo. Más
que dejarla correr, cuidarla y usarla con medida parece ser el camino.
La nueva ley abre una
oportunidad para hacer las cosas con más orden. Si se combina con planeación,
coordinación y acompañamiento, el agua puede seguir siendo base del desarrollo.
No se trata de frenar todo, sino de ajustar el rumbo a tiempo, antes de que el
problema nos alcance.
