TRADICIÓN CON COSTO
EDITORIAL
Martes 23 de Diciembre de 2025 10:27 am
DICIEMBRE
se vende como una pausa: luces encendidas, mesas compartidas, reencuentros
familiares. Pero esa imagen festiva oculta una realidad menos luminosa. Para
muchas mujeres, la Navidad no representa descanso, sino una acumulación de
tareas físicas, mentales y emocionales que comienza semanas antes y se prolonga
hasta después de las celebraciones. La
logística navideña -organizar reuniones, planear menús, comprar regalos,
decorar la casa, coordinar horarios y, además, sostener los afectos- no se
resuelve sola. Tiene responsables concretas. Madres, abuelas, tías, hijas y
hermanas cargan, casi de manera automática, con un trabajo de cuidado que rara
vez se nombra y aún menos se comparte. La tradición, en estos casos, funciona
más como una herencia de obligaciones que como un espacio de disfrute
colectivo. La
Navidad no ocurre por generación espontánea. Detrás de cada mesa puesta hay
horas de planeación, anticipación y administración emocional. Nombrar ese
trabajo no es un gesto menor: es el punto de partida para reconocerlo y, sobre
todo, para redistribuirlo. Mientras siga siendo invisible, seguirá siendo
asumido como “natural” para las mujeres. Según
la Encuesta Nacional sobre Uso del Tiempo del Inegi, las mujeres en México
dedican más del doble de tiempo que los hombres al trabajo del hogar y de
cuidados no remunerados. Este trabajo, que equivale a más de una cuarta parte
del Producto Interno Bruto, sostiene no solo a la economía, sino también a las
celebraciones que se presumen como momentos de unión y alegría. Hablar
de esta carga, no arruina la Navidad. Al contrario, la vuelve más justa. Sin
corresponsabilidad, la llamada magia se construye sobre el cansancio y el
desgaste de las mujeres. Y esa es una ecuación insostenible.
Tal
vez la pregunta no sea quién organiza la Navidad, sino hasta cuándo seguiremos
celebrándola a costa de quienes la hacen posible. Porque sin cuidado para
quienes sostienen la fiesta, la magia también se acaba.
