Viaje al futuro
II/III
Jueves 22 de Julio de 2021 11:43 am
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Desde
1836, las goletas texanas Champion y Luisiana navegaban impunemente llevando
armas a Matamoros para reforzar a los federalistas mexicanos, minando la unidad
nacional y favoreciendo los intereses norteamericanos; por esa razón, el 10
enero de 1837, el gobierno centralista le confirió al capitán Blas Godínez el
mando del bergantín Vencedor del Álamo,
ordenándole que con el apoyo del Libertador,
patrullaran las costas de Texas.
El
primer lunes de abril, los dos bergantines mexicanos aparecieron fondeados
frente al puerto de Altamira. Una lancha fue arriada del Vencedor del Álamo, el cabo de mar, que iba como patrón, ordenó
bogar hacia el deteriorado embarcadero donde ya esperaban siete aspirantes,
tres eran pescadores fogueados, otros dos trabajaban la herrería, uno más la
carpintería, y Clementina, experta en panadería.
Aquel
grupo fue trasladado al bergantín. Todavía la intrépida muchacha no ponía un
pie en el buque, cuando se le presentó su primer desafío. Por la banda de
estribor salía el botalón del tangón, un palo del cual se hacía firme la escala
de viento que los marinos utilizaban para embarcar y desembarcar, el bote se
aproximó a la escala, soplaba un viento flojito que mecía ligeramente la escalera
colgante, Clementina vio cómo iban subiendo sus compañeros, trató de controlar
los nervios y con la emoción de abordar el buque, recordó los brincos que
daba su gato negro, se paró sobre la
regala de la lancha y saltó aferrándose a la escala, por unos segundos sintió
que se bamboleaba en el aire y que caería al mar por no soportar con los brazos
el peso de su cuerpo, pero en el trance del desequilibrio, se impuso la
voluntad de ser la primera mujer en la marina. En la cubierta del Vencedor del Álamo, el capitán Blas
Godínez observaba cuidadosamente los movimientos inexpertos de los aspirantes.
Cuando
todos abordaron, el contramaestre los formó en cubierta, en el extremo de la
fila estaba Clementina, calzaba botines viejos, vestía pantalones holgados, una
camisa de manga larga, y un gorro blanco cubría su recortado cabello. El
capitán Godínez procedió a interrogar a cada uno de los recién llegados,
conforme el comandante se aproximaba a Clementina, la chica sentía que por su
frente corría el sudor, angustiada de estar fingiendo ser un hombre; por fin,
le tocó el turno a Clementina, lo primero que hizo el capitán fue quitarle el
gorro blanco, la joven pensó que había sido descubierta y que el mundo se le
vendría encima, luego, el oficial le preguntó qué tipo de pan prepararía para
los tripulantes de su bergantín, la jovencita enronqueciendo la voz, le
respondió que si tenían a bordo harina de excelente calidad, buena cebada y
levadura, hornearía los mejores bizcochos y galletas que hubieran probado.
La marina
necesitaba tripulaciones, y no había tiempo para someter a concienzudo examen a
los aspirantes, así que el capitán, confiando en las habilidades de la novel
tropa, les dio la bienvenida a su buque, otorgándoles el grado de grumetes;
después, dispuso que el cabo señalero izara un grupo de banderas cuadras y
cornetas, para comunicarle al Libertador,
la orden de levar anclas; los contramaestres de los bergantines, con el silbato
marinero pitaron el zafarrancho de babor y estribor de guardia para que las tripulaciones
ocuparan sus puestos, y los timoneles enfilaran la proa hacia el noreste, rumbo a las costas de
Texas.
Mientras
los bergantines surcaban las aguas del Golfo de México, los grumetes eran
adiestrados en el manejo de fusiles y pistolas; cuando terminaba la
instrucción, Clementina iba con el despensero para proveerse de los insumos
necesarios y preparar la masa. Hacer bizcochos y galletas en la cubierta del Vencedor del Álamo, fue otro reto para
aquella muchacha, no era lo mismo hornear pan en tierra firme, que hacerlo a
merced de los vientos, los golpes de mar y el balanceo del buque; aunque el
horno se colocaba sobre una plancha metálica, siempre estaba presente el riesgo
de provocar un incendio, por eso, cuando Clementina horneaba los panecillos,
tenía a su alcance tres cuñetes con arena para sofocar cualquier conato de
fuego.
A finales de abril, la escuadrilla mexicana patrullaba merodeando los litorales de Matagorda, el capitán Blas Godínez, haciendo cálculos en las cartas de navegación, presentía que antes de llegar a Galveston, localizaría a cualquier buque texano. Efectivamente, más adelante, teniendo a babor las costas de Brazoria, el serviola, apostado en la cofa del palo mayor del Vencedor del Álamo, divisó la silueta de una goleta, el marino desde las alturas gritó ‘¡buque enemigo por la amura de estribor!’. Se trataba de la goleta texana Independencia. Siguiendo las órdenes del capitán, el cabo señalero izó las banderas de zafarrancho de combate, poniéndose en la los dos bergantines mexicanos para aprovechar la superioridad numérica de sus cañones, y la ventaja de estar a barlovento, ya que el viento inclinaría las naves, dificultando ser blanco de los disparos enemigos.
Con la
formación que presentaba el capitán Godínez, forzó a la goleta Independencia a presentar batalla en
paralelo, empleando sólo la artillería de una de sus bandas. El contramaestre,
con el silbato marinero tocó la señal de zafarrancho de combate, Clementina se
armó con sable y mosquete, parapetándose en la batayola de popa. Encontrándose
la goleta texana al alcance de los cañones mexicanos, el capitán emitió la
orden esperada por los artilleros y fusileros: ¡Fuego! El estruendo de la
artillería hizo que Clementina se encogiera de hombros sin soltar su mosquete,
mirando cómo algunas balas caían al mar y otras se impactaban en el casco y
arboladura de la Independencia.
Cuando la goleta texana respondió el fuego, una granada explotó en la popa del
bergantín Vencedor del Álamo,
partiendo la botavara en dos, un pedazo de madera salió disparado golpeando
fuertemente a Clementina, causándole una herida penetrante en la cabeza, y
cayendo conmocionada sobre la cubierta, en fracción de segundos sus oídos
dejaron de escuchar el estruendo de la artillería, percibiendo sólo un largo y
agudo zumbido, instantáneamente la mirada de la chica se empezó a nublar
alcanzando a distinguir que en el cielo volaba un albatros; antes de quedar
inconsciente, sintió cómo su cuerpo empezaba a elevarse penetrando en un túnel
circundado por remolinos multicolores, y alcanzando a tocar con su mano el
plumaje de aquella ave.