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Prohibido besar. Historias contagiantes, de Julio César Zamora*



Ada Aurora Sánchez

Domingo 08 de Agosto de 2021 11:22 am

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Julio César Zamora, periodista y escritor colimense (1979), después de Errante corazón urbano, libro de relatos y ensayos, ofrece a sus lectores Prohibido besar. Historias contagiantes (Puertabierta Editores, 2021), un conjunto de relatos breves cuya tónica general es el abordaje de historias y personajes relacionados con la pandemia por COVID-19, que, en la actualidad, como todos sabemos, sigue provocando estragos (y retos de diversa índole) en el mundo entero.
Producto de una beca de la Secretaría de Cultura del Gobierno de Estado de Colima, a través del programa Creadores en contigencia 2020, Prohibido besar… se abre paso a partir de un estilo escritural de naturaleza híbrida que combina lo literario, con lo periodístico y lo filosófico. Quizás por este rasgo y por el hecho mismo de que los textos de Julio César se resisten a las clasificaciones al participar de las características de varios géneros de escritura a la vez (el relato, la crónica y el ensayo), es que podemos decir que las historias de Julio César son, además de contagiantes, liminales, esto es, que no podemos circunscribirlas a un solo territorio pues sus fronteras son difusas, como llegan a serlo en algún momento las de la vigía y el sueño ligero o duermevela.
Como señala el escritor Adín Valencia en el prólogo de este libro, los personajes que nos presenta Julio César son “solitarios e introspectivos, habituados en zonas urbanas, principalmente”; personajes que lo mismo se desarrollan en Colima que en Clyde Hill, Ciudad de México, Madrid o Yichang. Cosmopolitas si consideramos los diversos espacios geográficos a los que pertenecen, los personajes de Julio son, no obstante, ciudadanos de un mismo espacio: el del confinamiento social y, frente a ello, convergen en la hermanada vivencia de la soledad, la introspección o el miedo. A fin de cuentas no importa en qué alejado punto del planeta se encuentren, pues, en realidad, se hallan cerca no solo por la posibilidad de la comunicación vía internet, sino sobre todo porque, a raíz de la expansión de la COVID-19, la gran mayoría se somete a las mismas restricciones, emociones e incertidumbres.


No se piense, sin embargo, que las historias de Julio César se ciñen a contar situaciones negativas o de invariable tragedia; también las hay de contemplación, como “Zazil”, en la que describe la emoción de una pareja (en este caso él y su esposa) que pasa horas entrañables escuchando música y “conversando” con su bebé Zazil, que apenas va a nacer, pero ya, desde el vientre materno, anuncia su presencia y alumbra como luciérnaga los días del confinamiento de la joven pareja; o, en la misma tónica, podemos leer “Nefrita”, relato que narra cómo una enfermera, contrario a experiencias previas en que taxistas evitaban darle servicio por temor al contagio, encuentra a uno que no solo le hace conversación sino que se niega a cobrarle el servicio, en reconocimiento a su labor.
De los relatos que conforman el libro, destaco tres de ellos: “Prohibido besar”, “Opio” y “Los pensadores (conversatorio)”. En el relato que da título a este libro, se cuenta la historia de una pareja que, tras seis meses de estricto confinamiento, se cita en una cafetería y, después del protocolo de ingreso al lugar (pisar tapete con cloro y usar gel antibacterial), se sume en el instante etéreo del reencuentro, infringiendo la sagrada norma del “prohibido besar”. Por la forma en que se cuenta la historia, por el embeleso que atestiguamos en los enamorados, es imposible no simpatizar con la pareja disidente, aunque su imprudencia pueda tener un alto costo en términos de salud.
“Opio” narra en primera persona el divagar de un aburrido personaje que recuerda los momentos en que gozaba de libertad y podía salir a tomar una copa para relajarse frente a las vicisitudes de la existencia. Este relato breve y conciso recupera el poder enervante y consolador de los recuerdos gratos, en situación de pandemia:
¡Ah!, cuántas ganas de volver a entrar por aquella puerta azul, colocarme en la esquina de la barra y pedir una cerveza helada, ese tarro de vidrio grueso que transpira y por dentro espuma con su líquido ambarino. Darle un trago profundo y embriagarme poco a poco. Seleccionar un par de canciones de los Rolling Stones en la rocola y esperar la llegada de Elena, la mujer de nadie, en uno de sus vestidos entallados. (p. 31)
El texto más extenso del libro es “Los pensadores (conversatorio)”, en el que aparecen como personajes ocho escritores, filósofos y/o académicos: Paul Preciado, Byung-Chul Han, Giorgio Agamben, Noam Chomsky, Slavoj Žižek, Yuval Noah Harari, Juan Villoro y Leopoldo Barragán. Todos ellos, en franca reunión, disertan, en Suchitlán, Comala, en el marco del coloquio “No es el virus, es el hombre”, para “charlar sobre la vida, la muerte y lo que va por en medio: el endemoniado coronavirus, como lo bautizó el artista zacatecano Manuel Felguérez…”. En el conversatorio, previsiblemente, se habla de biovigilancia, ciberautoritarismo, empleo del big data, expansión de virus ideológicos, hipertrofia de valores, el arte como medio “para soportar el peso de la realidad”, el aislamiento como estado de excepción, prevención sanitaria, crisis… Lo interesante del texto es el contrapunto entre las distintas voces e ideas de los personajes, sin dejar de lado cierto humor y parodia.
Al estilo del ilustrador italiano Pierpaolo Rovero, que ha ganado celebridad al dibujar edificios y casas a través de cuyas ventanas se atisba la cotidianidad de hombres y mujeres, parejas y familias en confinamiento, Julio César crea la ilustración de la portada de su libro con la imagen de un edificio de varios pisos en que los inquilinos se concentran en jugar ajedrez, leer, escribir o en disfrutar con su pareja. En la parte central de la ilustración, se distingue una ventana por la cual se observa a una mujer embarazada, de pie, y a su pareja en actitud de arrobo al tocarle el vientre. De todas las ventanas del edificio de Julio César, la que se destaca es la del centro con una luz amarilla. Este detalle es importante porque nos anuncia el temple anímico del libro, orientado a recuperar, más que tragedias, que las ha habido a gran escala en el periodo pandémico, los momentos de contacto interior e interpersonal que tienen los personajes en el marco del confinamiento social. En este sentido, Julio César describe emociones negativas, pero también otras positivas, como la solidaridad, la comunión, la paz interior y la contemplación. Sobra decir que el relato de “Zazil”, ya comentado, es de carácter autobiográfico y se conecta con una dedicatoria explícita del propio libro y la ilustración de la portada, titulada, por cierto, “Un confinamiento luminoso”.
Así, pues, Prohibido besar… recoge historias de enfermeras, estudiantes, maestras, lectores profesionales, músicos, pensadores, que, encerrados en casa o incorporados a su vida laboral en el contexto pandémico, sobrellevan sus circunstancias sin demasiada congoja porque, aunque preocupados, se refugian en el arte, la reflexión o el amor. Están, en realidad, “alumbrados” por una tenue esperanza.
Ante el escenario de las guerras, las pandemias o amenazas naturales que ocasionan muerte y dolor, el arte funge como contrapeso, catarsis, reposición de lo perdido, en tanto la pluma, el pincel, la actuación o el movimiento pueden aprehender el hálito de la vida y representarlo, expresarlo, de distintos modos; pueden erigir de nuevo el árbol caído, dibujar ciudades, delinear personajes que, en ocasiones, son más entrañables y recordados que sus propios autores.
Cada crisis nos repliega sobre nosotros mismos y nos obliga, como suele apuntarse, a reinventarnos. Julio César Zamora se reinventa a través de la escritura y comparte un libro de y para los testigos de la pandemia que nos aqueja. Crear en contingencia, ya lo demuestra Julio, es una forma inteligente de trasmutar el carbón en diamantes, de abrir una ventana y respirar. Disfrutemos su propuesta.
 
*Texto leído en la presentación virtual del libro, el 5 de agosto de 2021, a través de la plataforma Zoom.

Ada Aurora Sánchez



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