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Felipe de Jesús, santo sin milagros



Domingo 23 de Enero de 2022 8:05 am

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CUATRO, según su protocolo, son las causas de beatificación y canonización, según la Iglesia Católica y la ortodoxa: virtudes heroicas, martirio, causas excepcionales y el ofrecimiento de la vida a motu proprio.
Reverenciado en tres parroquias de la Diócesis de Colima, como la actual Catedral Basílica Menor, el templo del Sagrario o Beaterio, donde es el patrono, igual que en Villa de Álvarez, con un templo dedicado a su devoción, Felipe de Jesús es el santo, como tal, más favorecido por la comunidad católica regional, lo que se evidencia con las fiestas que por 2 semanas desde hace más de tres siglos, y medio han involucrado a gente y autoridades civiles y religiosas de las cabeceras municipales de Colima y Villa de Álvarez.
Tenía 25 años de edad cuando fue crucificado, el 5 de febrero de 1597, y aunque con algunos sus compañeros mártires fue beatificado por el Vaticano el 14 de septiembre de 1627, en la entonces Villa de Colima (1524-1824) se adelantaron, ya que, mediante votación secreta del Cabildo, Felipe fue “elegido por Patrón y Abogado al Glorioso Santo Mártir para temblores y fuegos”, con efigie de madera traída de Guatemala y donada por el entonces alcalde, desde el 27 de agosto de 1668, casi 200 años antes de que resultara canonizado en Roma (8 de junio de 1862), lo que lo hizo el primer santo novohispano.
Era 1572 en aquella ciudad capital del extendido virreinato español de la Nueva España, como la mayoría de los criollos españoles, cobijado por la Iglesia Católica, Felipe de Jesús vio su primera luz en esta tierra como hijo único del muy próspero platero Alonso de las Casas y de Antonia Martines (sic); un personaje, Felipe, que vivió una infancia desahogada con una juventud que, aunque breve, la llevó de manera disipada.
Según la tradición religiosa, Felipe de Jesús se separó de su familia a los 16 años de edad para iniciar su noviciado en el convento de Santa Bárbara, en Puebla, mismo que abandonó sin haber profesado, regresando a su hogar para tratar de aprender el oficio y dedicarse a él, intento en el que fracasó, optando por alejarse de la familia en un tiempo en el que llegar a los 15 años, como se decía: sin oficio ni beneficio, no era bien visto en alguien de la condición de Felipe de Jesús de las Casas Martines.
Ante dicha situación, Alonso, el padre de Felipe, optó por enviarlo a Manila, en Filipinas, dominio español y en aquel tiempo un símil de las actuales Vegas, donde efectivamente el muchacho encontró una vida que lo deslumbró involucrándose en ella; no obstante, dados los excesos, hubo un momento en el que reconsideró su actitud, aunado al ofrecimiento paterno de hacerlo sacerdote en la capital novohispana, la Ciudad de México a donde se dispone a regresar.
Coincidentemente se embarcó con un grupo de frailes franciscanos que también venían en la misma embarcación que, víctima de una fuerte tormenta que los sorprendió en alta mar, zozobró y cuyo naufragio, desviado de su original ruta, fue a dar a las costas japonesas, dominios donde otros cristianos predicaban su fe contra un decreto de prohibición, lo que había derivado en una persecución del cacique local contra ellos, incluidos los frailes sobrevivientes.
Felipe de Jesús, sin aparecer en el padrón de apostatas religiosos, pudo haber evitado las consecuencias, no obstante optó por la suerte de sus compañeros, quienes después de una sufrida persecución fueron apresados en Kioto, de donde encadenados, atados en carretelas jaladas por bestias, fueron llevados en procesión por lugares inhóspitos y aldeas para ser vejados y torturados por la muchedumbre; en este trayecto todos fueron lapidados y algunos desorejados. Una penosa travesía en la que por 30 días también enfrentaron las condiciones de la intemperie hasta que llegaron a Nagasaki.
Fue ahí donde tanto franciscanos como jesuitas y varios laicos, Felipe de Jesús entre ellos, fueron crucificados colgándolos de argollas de acero por extremidades y el cuello. No obstante Felipe de Jesús, a diferencia de los otros, al parecer toleraba más el dolor resistiéndose a morir, por lo que fue lanceado en ambos costados del cuerpo atravesándole el corazón.
A lo largo de este tiempo de veneración, más de tres siglos y medio, no obstante su mérito para ser beatificado y canonizado, habría que preguntar de qué ha servido a Colima el patronazgo de Felipe de Jesús. Muchos fueron los incendios que redujeron a cenizas la entonces Villa de Colima, ya no hablemos de los sismos, que de antes y después se cuentan por decenas, a cual más catastróficos, el más reciente, el del 21 de enero de 2003, de cuya memoria no quisiera ni acordarme.


Noé GUERRA PIMENTEL



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