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Solitarias palabras en el bolsillo


Horacio, Virgilio y Vario en casa de Mecenas (sentado a la derecha, de blanco y rojo), obra de Charles Francois Jalabert en el siglo XIX.

Ramón Moreno Rodríguez*

Lunes 15 de Mayo de 2023 7:03 pm

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Mecenazgos cibernéticos


Cuentan los conocidos de Juan José Arreola que éste acostumbraba a decir que a veces guardaba una palabra como si fuera una solitaria moneda en el bolsillo. Que ahí la traía, la repasaba, la repensaba, se reía, se intrigaba y de repente, con el paso de las horas o los días, se esfumaba sin que ese recuerdo volviera (o acaso sí) a entretener sus pensamientos. Yo creo que a muchos que nos dedicamos a estudiar los fenómenos de la lengua, ya como un asunto artístico (la literatura) ya como un fenómeno social (la lengua), nos debe ocurrir muchas veces este tipo de episodios. Lo digo por mí que tengo ya bastantes años que reflexiono sobre algunas palabras que inesperadamente llegan a mi mente. Muy bien recuerdo que una de las primeras fue delgado, pues inferí, y no me equivoqué, que su origen era “delicado-delicatus”. Y en efecto, fue para mí una maravilla saber por mi propia deducción que de alguna manera cuando decimos que alguien es delgado también decimos que es delicado; bueno, no tan así, pero en algún momento fueron una sola cosa y después cada sentido tomó su propio camino.

Ahora que muy amablemente Julio César me invita a seguir colaborando con Ágora he pensado que sería un buen momento de que esos pensamientos centrados en los usos, los significados o las etimologías de las palabras no se pierdan en la nada como un día nosotros mismos nos habremos de perder. Sé que es un esfuerzo inútil contra el hado, pero no importa, seré necio y persistente. Así que ahí va el primer envío que pretendo sea quincenal, ojalá que las muchas ocupaciones que desgastan mis horas (diurnas y nocturnas) de la Universidad, me permita ser constate. Mientras tanto, la suerte está echada: aquí va el primer envío, espero que guste o por lo menos distraiga a nuestros lectores. 

* * *

La cantidad de medios de comunicación que en nuestros tiempos se han ido creando y la agilidad cada vez más vertiginosa con que se desarrollan ha generado nuevas y sorprendentes funciones y estructuras sociales. Hoy quiero hablar en estas líneas de unas organizaciones empresariales que se me hacen muy curiosas por su peculiar mezcla de lo antiguo y lo moderno en como fueron concebidas y los resultados sorprendentes que están teniendo. Me refiero a las llamadas crowdfunding.

Esta palabra del inglés está constituida por dos elementos: crowd, que puede ser traducida como grupo de personas, multitud, tribuna, etc., y fund, que sería algo así como dinero recaudado, fondos monetarios, etc. Por lo tanto, podemos traducir literalmente esta palabra del inglés como “grupo de personas que reúnen dinero” o menos palabreramente y más generalizada, “fondo de inversión”, aunque en esta última traducción se pierda la idea de “muchedumbre” que permanece en la lengua original.

Pues bien, esta terminología propia de los bancos y las bolsas de valores ha saltado al internet con resultados muy sorprendentes, pues existe en el ciberespacio portales, empresas, organizaciones no gubernamentales, asociaciones civiles, etc., que se dedican a impulsar esta variante de los fondos de inversión con un cariz muy particular, dirigir esos dineros reunidos a creadores artísticos o del espectáculo que difunden (o no obligadamente) su trabajo por el ciberespacio, por un lado, y por el otro, conseguir esos recursos no entre empresarios entre sí conocidos, sino entre usuarios comunes y corrientes del entretenimiento vía la computación.

Es decir, quienes poseen o crean una crowdfunding ni son los empresarios ni son los artistas, sino unos intermediarios, que lógico, cobran por sus servicios. Pues bien, esta iniciativa típicamente capitalista e individualista se adaptó a una viejísima institución precristiana llamada mecenazgo, que consistía en que un hombre poderoso y adinerado apoyaba con su dinero y su poder a artistas necesitados de ingresos para que así se pudieran dedicar a su creación artística. Cayo Mecenas, hombre rico y culto de la Roma de Augusto, es de quien se sabe que realizaba este tipo de generosa actividad y por eso es por lo que desde aquellos entonces se conoce con su nombre el apoyar a los artistas: mecenazgo.

Pues bien, los mecenazgos –ahora gracias al internet–, pueden ser ejercidos no exclusivamente por los hombres más ricos, sino por cualquier persona que lo desee hacer con artistas que no conocen personalmente (como sucedía con Mecenas y sus protegidos, que los unía la amistad). Quienes concibieron estas posibilidades adaptaron viejas ideas a los tiempos modernos y se han fundado una buena cantidad de empresas en internet que se dedican a promover este tipo de relaciones entre desconocidos, con el afán, sin duda, de apoyar a los creadores, pero vigilando también por sus intereses, pues se quedan con parte de los recursos intercambiados entre uno y otro extremo. Existen diversas maneras de combinar estas posibilidades, y a una de las variantes se le conoce como patreon, también en inglés. Este nuevo término o neologismo (procede de patron, es decir patrón).

En este caso, le sucedió a esta palabra (en inglés) lo que le sucedió a Kleenex en español, es decir, se inventó una palabra para designar un producto concreto de una empresa concreta y después se generalizó su uso; por lo tanto, cualquier producto de estas características (pañuelo desechable) se le suele llamar así, aunque no sea fabricado por la empresa inicial. Con patreon sucede de esa manera, pues podríamos decir que las crowdfunding iniciales se dirigen a las grandes iniciativas y las patreon a los pequeños creadores y a los pequeños mecenas. Y es necesario decir que la palabra patreon no existía en inglés, sino que fue inventada a partir de patron, para crear esta ciberempresa.

Bueno, pues yendo más a fondo, estos dos términos en inglés (crowdfunding y patreon) se han ido introduciendo en nuestra lengua y observo con curiosidad que muchos usuarios del español no han tenido el cuidado de pensar si existen las palabras en nuestro idioma a las que equivalgan, como en efecto existen.

De un tiempo a esta parte –y lo recomiendo a mis lectores– me he hecho aficionado a un canal de YouTube realizado por un cibernauta llamado ahí Jabiertzo y su esposa Lele; ellos difunden noticias y temas de actualidad de la vida cotidiana en China. Pues bien, al concluir su periódica emisión invitan al público espectador a que si persisten en el gusto por esta temática, ingresen a su página de Patreon, para consultar más videos realizados por ellos.

En un principio que conocí este canal, me sorprendía que le llamaran patreon a esa otra página que promovían, pues me decía a mí mismo que esa palabra no estaba ni en español ni en inglés. Y no me faltaba razón, pues es un neologismo tanto en aquella lengua como en la nuestra. Y aunque no me atrevía a hacer especulaciones de por qué la pronunciaban así, me parecía que era muy fácil que la tradujeran, ya que por el contexto en que lo dicen, uno bien entiende que es una invitación a los espectadores para que se conviertan en sus mecenas o patrones o patronos, como quizá sea mejor decirlo.

En efecto, la palabra patronus del latín produjo en español patrón y patrono y de ellas se han derivado otras como patronazgo y eso es en el fondo lo que significa ser mecenas, ser el patrono o quizá “santo patrono” porque se podría lograr el milagro de que el artista pueda vivir de su arte sin tener que distraerse en actividades más mundanas y de esa manera conseguir lo que se come y lo que se viste.

Para concluir este repaso de palabras en el bolsillo, invito a los lectores a que si se encuentran en la necesidad de usar estos términos (y ya lo creo que sí, porque el oficio de intelectual bien merece ser apoyado por muchos mecenas), piénsese que tenemos en español palabras nuestras de gran raigambre histórico y castizo como mecenas, mecenazgo y patronazgo, o bien, podemos inventar los términos muy bien construidos como micropatronazgo o micromecenazgo y no los términos pobremente construidos como balconing, del que ya tendré oportunidad en otra ocasión de comentar con nuestros amables lectores.

 

*Doctor en literatura española. Imparte clases en la carrera de Letras Hispánicas en la UdeG, Cusur.

 

ramon.moreno@cusur.udg.mx

Ramón Moreno Rodríguez*



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