Baudelaire: buscando desesperadamente dinero
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Escribanías/ Rubén Carrillo Ruiz
Martes 29 de Agosto de 2023 9:35 pm
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En
esta colaboración traducida (que apareció en el semanario francés Le Point hace cinco años) quedarán manifiestos
los orígenes de muchos prejuicios asignados (equívocamente) al quehacer poético
y a la creatividad. Aquellos relacionados con la pobreza franciscana, la
ingesta de alcohol y drogas indispensables para la inspiración, y, asimismo, la
soledad alejada de la convivencia, una suerte de misantropía. Nada de lo cual
debe hospedarse en los tiempos actuales, pues resulta nocivo, sobre todo, para
que las instituciones públicas (y privadas) auspiciantes de la cultura
coloquen, genuinamente, a los creadores en la importancia que representan, con
pagos pertinentes y asuman que sin la colaboración o proximidad de los artistas
nunca los programas sensibles tendrán aceptación, menos impacto genuino cuando
se les regatean los méritos.
Baudelaire
encarna muchos de estos prejuicios decimonónicos y estrecheces. Murió
prematuramente, a los 46 años, de sífilis, luego de una vida intensa,
derrochadora y endeudada. Una biografía muy documentada registra estos
pormenores.
Los problemas financieros
asolaron la vida del poeta hasta el final. Una nueva biografía del poeta,
escrita por Marie-Christine Natta, relata sus problemas.
Sabíamos que uno de nuestros más
grandes poetas no se revolcaba en el dinero, pero de ahí a vivir esa carencia
como una obsesión... Una nueva biografía, muy documentada, escrita por Marie-Christine Natta, especialista en
literatura del siglo XIX, arroja una luz singular sobre una parte, a veces
olvidada, de
la vida de Charles Baudelaire, que tiró del diablo hasta su muerte, hace 150
años.
Sin embargo, la vida no lo descuidó, ni mucho menos. A
los 21 años, el joven cobra, por fin, su
parte heredada:
su padre murió cuando él tenía seis años. El monto asciende a 100 mil francos, suma atractiva para la época: 18 mil en efectivo, una renta vitalicia del Estado al
5% de 8 mil 400, acciones por 6 mil 500, y terrenos en Neuilly por valor de 70
mil. Estos bienes le proporcionaban un ingreso perpetuo anual de 1800 francos,
equivalente a
un sueldo anual cómodo para la época: un buen funcionario ganaba poco
más de 2 mil francos al año.
Dandi
extravagante
De un día para otro, Baudelaire
abandonó, sin remordimientos,
la casa familiar, donde ya no soportaba a su suegro, el general Aupick, quien siempre intentaba
recolocarlo. En cuanto a su madre, lamenta que haya elegido la profesión de
escritor en lugar de seguir sus
estudios. El joven erudito se aprovecha y construye una ostentación de sí mismo, se vuelve dandi, viste lujosamente, alquila un pied-à-terre en la Île Saint-Louis, lo amuebla con gusto, encuaderna su biblioteca,
recibe a sus amigos, aloja a su amante, Jeanne Duval, actriz de los suburbios,
paga viejas deudas -ya- y se deja vivir. Tanto que, en dos años, el patrimonio queda muy
mermado: las acciones se venden, así como el terreno de Neuilly, que sólo rinde
25 mil francos una vez saldadas
las deudas hipotecarias.
La familia entra en pánico ante
el hijo pródigo: rápidamente se nombra un consejo judicial a petición materna, impulsado por el general Aupick. El
balance: al joven le quedaban cerca de 56 mil francos que, una vez invertidos,
le reportarían una renta anual de 2 mil 400. Nada irrisorio, pero el joven está ahora bajo la tutela de su
madre y del notario Ancelle, quien se convertirá
rápidamente en su bête noire. “El señor
Ancelle me dio ayer la extremaunción”,
confió cuando se enteró de la decisión en diciembre de 1844. Esta humillación y
dependencia lo torturarán hasta el final de sus
días: “Me parece que llevo encima
una herida vergonzosa, y que todos la ven...”.
Atrapado por sus propias
deudas
“Hay una tremenda incoherencia entre la
deslumbrante inteligencia de Baudelaire y el caos de su vida material”, explica su biógrafa,
Marie-Christine Natta. En su correspondencia se dedica a perseguir el dinero;
sus cartas tratan casi exclusivamente de eso. No podía gestionar un presupuesto
de 200 francos mensuales y se
endeudaba por doquier, sin derecho a hacerlo, pues litigaba la tutela. Peor aún: su
pensión sólo sirve para pagar los intereses de los préstamos que pide a créditos
muy altos. Es un círculo vicioso: cava su propio abismo financiero.
“Sueña
con entrar en una revista, con tener un sueldo fijo, pero sólo consigue colocar
algunos artículos, críticas brillantes aquí y allá... Sus actividades
literarias le generan pocas
ganancias”,
confirma Marie-Christine Natta. Es un autor exigente, sin concesiones, no
siempre muy flexible... Tardó tres años en publicar sus artículos sobre El pintor de la vida moderna en Le Figaro. Sólo las traducciones de Edgar
Poe le reportan una buena cantidad de dinero. Pero las deudas y el estrés le
llevan a la improvisación literaria. El poeta tuvo que lidiar con alguaciles y
acreedores con regularidad, hasta el punto de que se vio obligado a esconderse
durante seis días en febrero de 1858.
“¡Total
de ganancias de toda mi vida: ¡quince mil ochocientos noventa y dos francos y
sesenta céntimos!”
Se las arreglaba como podía, se
invitaba a casas de amigos, pedía ayudas del Estado, que a veces obtenía, y
trataba de que su editor fuera
comprensivo.
Pidió prestado a la Société des gens de lettres, frecuentó la casa de
empeños y acosó al notario Ancelle para que le diera anticipos, pero éste se
mantuvo firme. Se dirige con
frecuencia a
su madre, pidiéndole prácticamente una limosna: “Sólo
cuando estoy reducido a las últimas extremidades, es decir, cuando tengo mucha
hambre, acudo a ti, tanto me causa asco y aburrimiento...”.
Evidentemente esperaba mucho de la publicación de Las flores del mal, pero tuvo que enfrentarse a una demanda por “ultraje
a la moral”
y la colección, mal recibida, estuvo lejos de ser un éxito editorial en vida. El hombre estaba tan obsesionado con sus
preocupaciones materiales y
económicas que, una vez hecho el balance
de su carrera,
precisó: “¿Sabes cuánto dinero he
ganado desde que empecé a trabajar, desde que existo?”,
preguntó un día a un joven poeta. “¡Total
de ganancias de toda mi vida: ¡quince mil ochocientos noventa y dos francos y sesenta
céntimos!”. Todo está dicho.
Debilitado por los ataques
cerebrales, carcomido por la sífilis, el poeta murió a los 46 años, el 31 de
agosto de 1867. Su madre se empeñó en pagar todas sus deudas con el capital
restante y embolsó otros 7500 francos de la herencia. En cuanto a Las flores del mal, fueron vendidas al editor Michel Levy por 2 mil francos,
cuando estaban valoradas en 4 mil. Humillación hasta el final.
Las flores del mal son un
hito en la evolución poética
de la poesía
moderna. En La estructura del lirismo moderno (1956), el crítico
alemán Hugo Friedrich identifica una serie de rasgos creativos de Baudelaire,
luego características de la poesía: la despersonalización, la tensión entre el
satanismo y la idealidad, la importancia de la forma como medio de salvación y
efecto de contraste cuando las limitaciones clásicas se combinan con un mensaje
innovador, la estética de lo feo (anunciada ya desde el título del volumen), la
idea de que la belleza debe ser extraña, la magia del lenguaje, la primacía de
la imaginación, de la fantasía sin límites (el poeta pretende llegar “au fond de l'inconnu pour trouver du nouveau”, “al final de lo desconocido para encontrar algo
nuevo”).
Baudelaire también acuñó el
término “sobrenaturalismo”, que Apollinaire adaptó más tarde,
y creó la palabra “surrealismo”, que definiría el
movimiento artístico que libera totalmente la imaginación y el lenguaje. El
simbolismo de Verlaine, Rimbaud y Mallarmé también tienen sus raíces en el
lirismo de Baudelaire. Reconocemos
a Rimbaud, por ejemplo, cuando Baudelaire dice: “Quiero campos rojos y árboles
azules”, y a Mallarmé en los textos en
los que se obsesiona por viajar a lejanas tierras exóticas: “Cuando,
con los dos ojos cerrados, en una tarde fría de otoño,/ Respiro el olor de tu
alma amable,/ Veo que se desplaza un río alegre/ Que resplandece con las flores
de un sol monótono”.
No menos famosos son los poemas
en los que Baudelaire glorifica la belleza, a la que ve como una esfinge
incomprensible, pero también la evoca en su ambivalencia, brotando del cielo o
del infierno. Queda, sin embargo, la aspiración, como en Invitación a viajar, a un mundo donde todo es “orden y belleza, lujo, calma y voluptuosidad”.
Baudelaire, no lo olvidemos, fue
también un perspicaz crítico de arte;
escribió sobre Delacroix, sobre el romanticismo,
sobre los salones de pintura de aquellos años. Las páginas de su diario
contienen destellos de genialidad, así como esbozos de textos que permanecen
sin escribir. Tradujo e impuso en Francia a Edgar Allan Poe, cuya concepción de
la poesía le sirvió de modelo.
Baudelaire vivió una vida de
estrella del rock, disoluta, extravagante y libertina, con un consumo excesivo
de alcohol y una adicción al opio, así como con grandes hazañas sexuales que
contribuyeron a su temprana muerte por los efectos de la sífilis. Gastó una
herencia nada despreciable con tanta rapidez,
que se pasó endeudado la mayor parte de su vida
y envuelto en una controversia, en el marco de las rígidas costumbres sociales
de la época, por una tempestuosa relación de soltería con
su pareja mestiza de larga duración, Jeanne Duval.