El agua es masculina, no femenina
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Solitarias palabras en el bolsillo / Ramón Moreno Rodríguez
Sábado 09 de Septiembre de 2023 11:25 am
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En fechas recientes leí en una
nota periodística la siguiente frase: “no estar tratado el agua”. De momento me
extrañó la construcción y me quedé repasándola en la mente. Quizá lo que
primero me llamó la atención fue la ausencia de verbo conjugado; se utilizan
dos verboides pero se omite, casi deliberadamente, el utilizar un tiempo
determinado, luego me di cuenta de que también era un problema el género en el
participio (tratado). Como lo podrá observar el lector, son de esos verbos
impersonales que tanto se han adjetivado que admiten género y número como
cualquier otro adjetivo, cosa que no es natural en los verbos impersonales.
En
fin, ya sabemos que el lenguaje periodístico tiene en su contra el que la
redacción no suele ser muy escrupulosa porque el oficio siempre tiene prisa, siempre
demanda nuevas notas. Esto, que no era tan grave antes de la era del internet,
hoy es un problema endémico en todas las redacciones, inclusive, en la de los
periódicos más prestigiados. No hablaré ahora de los verboides, sino me
centraré en el género de la palabra agua. Como se da cuenta el amable
lector, el que redactó la nota cayó en la rápida conclusión que este sustantivo
es masculino y por tanto hizo concordar el género de tratado con el que
dedujo en agua, o por mejor decir, con “el agua”. Y las prisas no
le dio tiempo de reflexionar la curiosa excepción de que nos valemos en el uso
de los géneros en ésta. Veamos.
Supongo
yo que el redactor dedujo, como se construye “el agua”, luego entonces
esta palabra es de género masculino, aunque termine en “a”. Como sucede
con algunos otros casos, sea un ejemplo programa, o también, poema.
No hubo tiempo para revisar el diccionario porque si el periodista lo hubiera hecho,
habría descubierto con sorpresa que a pesar del artículo en masculino que a veces
usamos, la palabra es femenina y casi siempre su concordancia es, por lógica,
en femenino. Por ejemplo, decimos, agua oxigenada; no, oxigenado;
también decimos agua bendita y no, bendito y un largo etcétera que no
tiene caso alargarlo; creo que a todos nos queda claro que esta palabra es de
género femenino y no masculino.
La
pregunta consecuente sería, entonces, ¿por qué se coló el artículo en
masculino? Y la respuesta sería, por evitar la cacofonía que la a tónica
inicial de la palabra y la a final del artículo en femenino; dicho en
otras palabras, decir la agua, se nos haría insufrible al oído, algo
parecido a lo que sucede con las contracciones al (originada en a el)
y del (originada en de el). Por lo tanto, tenemos la construcción
con artículo en masculino si decimos “el agua”, pero si se interpola una
palabra entre una y otra que necesite género, deberemos construir en femenino: la
misma agua, no estar tratada el agua y no el mismo agua o no estar
tratado el agua.
Es
decir, que en español no sólo tenemos masculino y femenino, sino otros cuatro
géneros: neutro, ambiguo, epiceno y común. Todas estas posibles combinaciones
(más algunas licencias impuestas por el uso, como lo que acabamos de explicar)
producen no pocas veces confusión en el que escribe. Concluyamos estas líneas
con algunas mínimas explicaciones que nos ayuden a guiarnos cuando escribimos.
Entendemos
por género común el que se utiliza en aquellas palabras que tienen una
sola terminación (periodista, por ejemplo) en oposición a perro /perra
y que, para señalar el género no nos valemos de la vocal con que terminan, sino
por el contexto o por el artículo que les añadimos (el periodista / la
periodista). Otros casos pueden ser: el estudiante, la estudiante;
el juez, la juez. Aunque en este último caso ha aparecido la
variante jueza, pero no ha tenido mucho éxito, y la mayoría de los
usuarios de la lengua se resisten a incorporarla a su uso. Casos universalmente
aceptados serían: profesor / profesora; doctor / doctora; gobernador /
gobernadora.
El
género ambiguo, por su parte, es el de aquellas palabras ante las que
titubeamos y unos hablantes la usan en masculino y otros en femenino y a nadie
le causa conflicto eso (cosa que sí sucedería con jueza o testiga); incluso,
una misma persona a veces la diría en masculino y en otras en femenino. Sea por
caso, el mar, la mar; el sartén, la sartén. Muchos
de estos casos están relacionados con el habla hispana en oposición al habla
americana; por ejemplo, quizá la mayoría de los españoles prefieren la mar
y en América domina el mar; aunque es oportuno advertir que algunos
españoles usan el mar.
Entendemos
por género epiceno el que se utiliza en ciertas palabras que a pesar de
su morfología (es decir, que pueden terminar en vocal a u o y eso
no es obstáculo para que esa única forma se utilice para los dos géneros. Tal
sucede con la palabra rata, que por su forma parecería femenina, pero
que en realidad esa sola forma se utiliza en masculino y femenino. Así,
decimos, la rata macho es más corpulenta que la rata hembra. Otros
ejemplos son águila, rana. No obstante, no es obligatorio que
terminen en las ya sabidas dos vocales, también tenemos: jabalí, ratón.
Finalmente
está el género neutro que más que un sexo asignado a una palabra es la
referencia a cierta condición de una cosa a la que no le atribuimos género,
aunque entendamos que en principio lo podría tener. Tal es el caso de la
expresión: compré esto, porque no traía más dinero. Casi siempre está
relacionado el género neutro con los pronombres, los artículos y ciertos
adjetivos. Otro ejemplo: “Un no sé qué, que queda balbuciendo”, dice el
poeta.
*Doctor en literatura española.
Imparte clases en la carrera de Letras Hispánicas en la UdeG, Cusur.
ramon.moreno@cusur.udg.mx