Arcaísmos de la lengua española
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Ramón Moreno Rodríguez* /Solitarias palabras en el bolsillo
Sábado 14 de Octubre de 2023 11:15 am
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En fechas recientes releía la Novela
del curioso impertinente que aparece como relato extradiegético en El
Quijote. Lógico es pensar que el texto está saturado de términos que ya no
se usan en el español de nuestros días; de hecho, las palabras en desuso son
una de las dificultades que enfrentan los lectores contemporáneos para realizar
la lectura de esta obra genial.
Consultaba
la edición de Espasa-Calpe hecha por el polígrafo y cervantista Francisco
Rodríguez Marín, que deslumbra al lector por sus muy sabias notas. Muchos son
los términos que aquel ilustrado andaluz va explicando y que hacen doblemente
sabrosa la lectura. No obstante, nuestro estudioso no explica algunas que quizá
para su amplia erudición le parece innecesario detenerse en ellas o bien,
explicarlo todo sería una labor imposible, propia de Funes, el memorioso
personaje de Borges. Digo que en un momento detuve mi lectura repasando en la
mente lo que dice la asediada Camila a causa del brete en que la inmiscuye el enfermo
marido: “¿con qué rostro osas parecer ante quien sabes que es el espejo donde
se mira aquel en quien tú te debieras mirar, para que vieras con cuán poca
ocasión le agravias? Pero ya cayo, ¡ay, desdichada de mí!, en la cuenta de
quién te ha hecho tener tan poca con lo que a ti mismo debes”.
Cayo
es la palabra que me hizo parar. Lógicamente la pobre mujer se refiere a caer
y no a callar. Hoy diríamos caigo. Curiosamente, este verbo tiene
correlato inverso con la guturación de otros más. Quiero decir que de ir
tuvimos vayga, en siglos pasados, y vaya, en el presente. O
también haber se conjugó primero como haiga y hoy decimos haya.
La lógica dice que si al presente conjugamos haya y vaya (en lugar de hayga y
vaiga), tendríamos que decir en nuestros días caya, y no caiga, como
en realidad lo hacemos. ¿Por qué esta manera de conjugar no evolucionó igual
que las otras?
El
asunto es muy lógico de entender, no obstante que en este momento nos pueda
parecer confuso. Digamos en primer término que la lengua es un fenómeno vivo,
cambiante y mudable; por lo tanto, la lengua que hoy usamos no es del todo
igual a la de hace siglos, aunque no lo notemos. Las formas de hablar y de usar
las palabras se modifican al paso del tiempo y lo que hoy es válido, dentro de
doscientos o trescientos años no se usará o se lo hará de manera diferente. La
forma de hablar de don Quijote, precisamente, sorprendía y hacía reír a sus
paisanos porque usaba formas extrañas y caprichosas, cientos de años pasadas de
uso. Por otro lado, los cambios no son homogéneos, sino que en algunas regiones
se realizan de una manera pero en otras no se dan igual o simplemente no se
admiten. En tercer lugar, las evoluciones no son siempre lógicas, sino que
pueden tomar caminos caprichosos. Mi profesor de gramática histórica nos decía
que la lengua no es lógica, sino prelógica.
Recuerdo
que una vez, en compañía de una colega española, acudí a un restaurante en la
ciudad de México que tenía las puertas de vidrio cerradas y había que abatirlas
para poder pasar. Junto a la palanca que accionaba el mecanismo de apertura
estaba un amplio letrero que decía jale, y que son tan comunes en este
tipo de puertas. Ella, que iba por delante, antes de intentar entrar me miró
sorprendida y me preguntó: ¿Qué significa jale? Yo no sabía en ese
momento que ésa era una palabra arcaizante, pero me di cuenta de inmediato y
comprendí cuál era el fenómeno, así que sin saber cómo la usarían ellos en
España, simplemente dije hale. Ella, por supuesto que lo entendió de
inmediato y en efecto, tiró de la manivela y entramos.
De
seguro que se le haría extrañísimo que en México dijéramos jale por hale
y de seguro que eso equivaldría para ella como si dijéramos vaiga por vaya. Y
por supuesto que yo me quedé pensando en lo arcaizante que es el habla de
nuestro país comparada con el uso de España; y aunque a nosotros nos parezca
tan normal jale y extraña hale, que para entender mejor su
reacción deberíamos pensar en el español rural de nuestro país en comparación
con el español urbano. ¿No es verdad que nos sorprende oír decir a una persona
de campo juir por huir o dijistes por dijiste? Pues
es exactamente lo mismo. Pero aunque sea lo mismo no es igual.
Quiero
decir que hay ciertos arcaísmos que están censurados y otros no. La diferencia
la establece la llamada norma de prestigio lingüístico. Arcaísmos como jale
o caiga son aceptados, pero otros como trujiste o trujistes o juir o hayga no los
debemos usar y menos en un ámbito universitario como puede ser al interior de
nuestro campus universitario. ¿Eso implica que nos avergoncemos por como
hablaba Cervantes y los demás famosos autores barrocos, que usaban muy quitados
de la pena estas palabras que acabamos de anotar? No por supuesto, que eso lo
tenemos a gran prestigio y honrosa herencia. Son simplemente formas del uso
coloquial que tienen un lugar y un momento para usarse. Para la universidad hay
un léxico, para la calle otro, para la cantina otro, para la iglesia otro, y
así sucesivamente.
*Doctor en literatura española.
Imparte clases en la carrera de Letras Hispánicas en la UdeG, Cusur.
ramon.moreno@cusur.udg.mx