Vestigios de El Manchón y La Albarrada
Mario CASTILLO DERBEZ
Domingo 22 de Julio de 2018 8:40 am
+ -Debajo de la plaza comercial El Manchón, hoy abandonada, se encontraron vestigios arqueológicos importantes para Colima.
CUANDO transitamos las inmediaciones
de la desahuciada plaza comercial El Manchón, es imposible creer que esa zona
que se sumerge en la marginación y el abandono ha sido, en diferentes tiempos,
de gran importancia para Colima, pues desde épocas prehispánicas hasta los
periodos contemporáneos, ha tenido relevancia en la historia de la capital
gracias a vestigios que se remontan a más de mil 500 años atrás.
El Manchón abarca un área que
comprende las intersecciones del bulevar Rodolfo Chávez Carrillo, Pino Suárez y
20 de Noviembre, así como una parte que en años anteriores perteneció a la gran
Hacienda La Albarrada. Debido a la cercanía con el centro de la capital, su
desarrollo económico fue próspero desde el Siglo XVI, siendo una de las
haciendas más influyentes de la región.
PRIMEROS HALLAZGOS
Según la investigación El antiguo
asentamiento de El Manchón-La Albarradita, de Ángeles Olay Barrientos, Rafael
Platas Ruiz y Maritza Cuevas Sagardi, publicada en 2009, se han encontrado
vestigios arqueológicos que datan del año 1500 a.C.
Pero este interés por la zona comenzó
hace más de 80 años. En 1939, la arqueóloga Isabel Kelly pernoctó en el casco
de la hacienda, que para entonces estaba de encargado Rodolfo Baumbach, quien
le mostró su colección de figurillas prehispánicas recolectadas en los
alrededores. Según Kelly, esa colección presentaba características típicas de
lo que posteriormente llamó la Fase Ortices.
La sección de arqueología del Centro
INAH Colima comenzó con varias intervenciones desde el año 2002, con
descubrimientos destacados en la materia. El arqueólogo Saúl Alcántara hizo la
exploración del terreno que estaba en proceso de urbanización, en lo que hoy
conocemos como Las Fuentes, que anteriormente pertenecía a la antigua Hacienda
de El Cortijo, sitio en el cual se encontró un cementerio cerca del arroyo
Pereyra, perteneciente a la Fase La Capacha (1.500-1.000 a.C.), donde se
recuperaron los restos de alrededor de 140 personas, junto con más de 300
elementos ofrendados.
Mientras que en la zona limítrofe con
el arroyo Los Trastes se pudieron encontrar los restos de un conjunto
residencial aun con fragmentos de enjarres de tierra y pulidos; y en el
interior de un cuarto se halló una tumba con características similares a la
bóveda de las tumbas de tiro, en cuyo interior había dos individuos, todo lo
cual fue datado entre los años 500 y 800 d.C.
Pero esto sólo fue el principio. Dos
años después, el arqueólogo Rafael Platas Ruiz realizó diversos trabajos en lo
que fue la Hacienda El Cortijo, obteniendo resultados importantes. En la zona
se pudieron recuperar dos unidades habitacionales correspondientes a la Fase
Armería (500-1.000 d.C.), además de un espacio funerario con más de 30
entierros humanos.
La zona norte, que comprende las
avenidas Rodolfo Chávez Carrillo y Javier Mina, frente a la Glorieta del
Charro, denominada El Zalate, donde hoy se postra la tienda comercial de
Soriana y la abandonada plaza El Manchón, fue investigada en una tercera intervención.
Las arqueólogas Roxana Enríquez y Laura Almendros se encargaron del proyecto,
encontrando vestigios arqueológicos de épocas muy distantes una de la otra, la
Fase Ortices (400 a.C.-100 d.C.) y la Fase Chanal (1100-1460 d.C.), evidencias
de casi mil años de distancia temporal. Aquí se halló una unidad habitacional
correspondiente a la primera fase mencionada; así como un área de
enterramientos, tanto de esta fase como de la temprana Ortices.
Según los testimonios arqueológicos y
de acuerdo a la larga secuencia cronológica de ocupación de la zona, existió
una fructífera estructura social en todas las aldeas de la región, teniendo
unidades habitacionales bien implementadas y organizadas, así como caseríos
dispersos, pero con características muy semejantes.
Se cree que para el año 500 d.C.,
llegan grupos humanos provenientes de El Bajío, trayendo consigo ideologías
sociales muy apegadas a nuevos conceptos religiosos, por lo que se inicia un
cambio cultural en el Valle de Colima.
Desafortunadamente, las huellas de
nuestros ancestros fueron deterioradas y borradas a través de los siglos, ya
sea por la siembra desmedida de la caña de azúcar o por la elaboración y
fabricación de ladrillo, pero sobre todo, por la construcción del
fraccionamiento habitacional La Albarrada y de las plazas comerciales del
perímetro.
LA MAGNÍFICA ALBARRADA
A pesar de que en la actualidad la
colonia La Albarrada nos llena de noticias poco gratas, anteriormente era un
lugar magnífico, ya que ahí estuvieron dos de las haciendas más acaudaladas de
la región.
Dice Alfonso de la Madrid Castro, en
su trabajo Haciendas y hacendados de Colima: “La Hacienda de La Albarrada
lindaba por el oriente con las márgenes del río Colima que atraviesa esta
ciudad o, lo que es lo mismo, con potreros del Convento de la Merced,
arrendados a otras personas; por el sur con terrenos de Las Lomas, propiedad de
don Manuel Villaseñor; por el poniente con el potrero de doña Luisa Espinosa y
terrenos que eran de doña María Estrada. Posteriormente, la Hacienda de La
Albarrada pasó a ser propiedad del gobernador de Colima, coronel don Francisco
Santa Cruz”.
Pero en los tiempos de la Conquista
española, este sitio estaba cubierto de huertas, ovejas paseando entre cacao y
moreras. Esa postal se tenía en aquel entonces, por lo que debió ser uno de los
primeros territorios confiados a los fundadores de la entonces Villa de Colima.
Según Juan Carlos Reyes, en La antigua
Provincia de Colima, se tiene registro que años después, para 1674, estos
parajes y la hacienda ya pertenecían a la orden religiosa de Nuestra Señora de
la Merced. Fue hasta la promulgación de las Leyes de Reforma que la propiedad
de la hacienda dejó de estar bajo la tutela de los mercedarios y la finca pasó
a las manos de don Antonio Gamiochipi.
Sin embargo, las edificaciones
modernas han ocultado e incluso destruido la evidencia histórica de la región,
perdiendo los testimonios tangibles de nuestros antepasados. Es por eso que el
trabajo arqueológico es fundamental para evidenciar y documentar los indicios
de nuestro origen.