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Tlalchichi, perro de raza pequeña



Domingo 19 de Agosto de 2018 8:10 am

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El Tlalchichi es de raza pequeña, con cabeza que no tiene proporción con el resto del cuerpo y la panza está cerca del suelo, como puede apreciarse en esta artesanía colimota.


EL Tlalchichi, que significa perro de piso o perro de tierra, está representado en la cerámica precolombina y está bajo custodia en diferentes museos del estado, del país y del mundo.

Es un perro de raza pequeña, cuya cabeza no tiene proporción con el resto del cuerpo; la panza está cerca del suelo y tiene una forma de mama, de acuerdo a las referencias históricas, pues esta raza de perritos chaparritos se considera extinta.

La cerámica de un perro Tlalchichi con una vasija: “Perro-jaguar del inframundo acuático. Cultura de las tumbas de tiro, 300 a.C.-600 d.C., estilo Comala, Colima, cerámica. México, INAH”, se encuentra en la colección Stavenhagen del Centro Cultural Universitario Tlatelolco de la UNAM.

Se trata de los perros representados en la mayoría de las figuras de cerámica que provienen de Mesoamérica, aunque el Xoloitzcuintle cuenta con gran fama por ser la raza canina originaria de México.

El profesor-investigador de la Facultad de Arquitectura y Diseño de la Universidad de Colima, Jorge Fernando Zurroza Barrera, realizó la investigación “Mitos e historias en los perros colimotes de cerámica prehispánica”, y refiere que identificó las diferencias entre estas dos razas de perros, que no sólo son físicas, sino que implican toda una cosmovisión de los habitantes indígenas.

“Los perros Xoloitzcuintles tienen patas largas y derechas, son altos y delgados; mientras los Tlalchichis fueron animales pequeños, gorditos, sin pelo y con las patas curvas, como se ven en los museos”, indica.

Los Tlalchichis sustituían a los humanos en los sacrificios, según evidencias encontradas en tumbas de tiro, donde hallaron el cuerpo del perro de barro separado de la cabeza.

 

CONFUSIONES Y CERTEZAS

 

Al dictar la conferencia “Tlalchichis de barro colimote. Confusiones y certezas”, el investigador comenta que esta cerámica está en custodia en diferentes museos de Colima, México, América y Asia. También son promovidos en casa de subastas.

Las representaciones de cerámica fueron creadas entre el año 100 y 200 d.C., así como 500 y 600 d.C., dentro de la fase Comala. Los Tlalchichis no eran cebados ni castrados como se cree, cuenta Zurroza, quien en sus investigaciones se ha percatado que tienen sus atributos masculinos intactos. “Están gorditos, es decir, no fueron castrados, porque eso significaría un atentado contra un ser vivo que tenía distintas utilidades en la cosmovisión mesoamericana”.

Añade que los perros no fueron utilizados solamente en la domesticación, sino que en los sacrificios eran sustitutos de los humanos en las ofrendas, “cuando no había cautivos”, y eran comidos de manera esporádica y regularmente en rituales.

Luego de ser sacrificados y en algunos casos ingeridos como alimento ritual, sus huesos servían para elaborar distintos objetos. Incluso, dice Zurroza, el perro aparece en códices y leyendas, pues le pelea al tlacuache el honor de haber robado el fuego para entregarlo a los humanos, y existe un Día del Perro dentro del calendario Mexica.

“El perro, aunque no tiene el estatus de otros animales, como el jaguar, la serpiente o el águila, tiene su lugar reservado dentro de la mitología”, puntualiza.

De acuerdo a la investigación de las piezas extraídas de las tumbas de tiro, los perros que tienen arrugas no son por vejez, sino que están en la etapa de cachorros, y subraya que esas piezas representan al perro en diferentes posiciones.

Pero no sólo hay referencias del Tlalchichi en la cerámica colimota, sino también en murales de Teotihuacán y en la cerámica zapoteca. Está, además, en el libro undécimo de la Historia General de las Cosas de la Nueva España, de Bernardino de Sahagún.

El especialista indica que el perro está presente desde el inicio de la construcción mesoamericana, en la tradición religiosa es un Dios, “lo conocemos por el gemelo nocturno de Quetzalcóatl”. En la cultura tolteca es un guerrero.

Según Las cartas de relación de Hernán Cortes y La historia verdadera de Bernal Díaz del Castillo, el perro tuvo su lugar particular en el pensamiento mitológico de los antiguos mexicanos.

Ante la creencia de los perros bailarines, por la escultura de dos perros que al parecer están bailando, refiere que los animales están jugando, no bailando, pues en la tradición no hay perros bailarines.

 

FALTAN ESTUDIOS

 

Jorge Fernando Zurroza señala que siempre ha habido confusión, producto de la falta de estudio y publicaciones sobre los cinco tipos de razas documentadas históricamente que existieron en el México prehispánico: el Itzcuintli, perro común o criollo; el Xoloitzcuintle, que puede haber con y sin pelo; el Tlalchichi, de patas cortas y pancita abultada; el Pek o Perro Maya y Lobero, una cruza entre lobo y perro.

“Desde que nacemos tenemos contacto con los perros, se nos hace algo que creemos muy conocido o creemos saber y nos la hemos pasado en muchas cuestiones míticas, por no decirlo inventos de la gente, que sin tener datos duros, certeros, científicos, le da por inventar. Todo mundo conoce la glorieta de los Perritos Bailarines y pues, no es cierto, son los perritos juguetones”, añade.

Menciona que aun cuando hay mucho conocimiento, “se necesita escarbar porque está disperso, para ubicar que el perro se produjo en cerámica en Colima como parte de una tradición muy enriquecida, variada y sobre todo con un extraño apego a todas las cualidades que en vida podemos tener de los animales”, precisa.

Refiere que en el Festival Xolofest representan figuras que nada tienen que ver con las piezas prehispánicas en barro, “es el negocio de los creadores de xolos, de los que hacen creaciones de figuras prehispánicas, pero son muy chafas. Eso de ponerle chaquira, utilizarlos como bomboberas, pintarlos de colores, eso el perrito de Colima no lo necesita. La característica del barro de Colima es que va de rojo a naranja, de ocre a negro, porque la tierra de Colima tiene mucho manganeso y a la hora de quemarlo se vuelven esos puntitos negros que se ven en las piezas es manganeso”.

Considera el arte kish de mal gusto y de desvirtuamiento, dado que las piezas tienen que reproducirse de la forma más parecida, porque “en eso reside mucho de su aprecio, en qué no necesitan maquillaje, tal como salen les confiere ese valor”.

 

EN RESGUARDO

 

Las figuras de cerámica de Tlalchichi se encuentran en cuatro museos de Colima: el Regional de Historia, de Culturas de Occidente, Rangel Hidalgo y Caxitlán, en Tecomán. Fuera de la entidad están, entre otros lugares, en el Museo Regional de Historia de Guadalajara; el Tamayo, que tiene una colección de perros; el Museo Amparo, en Puebla, y el Museo de Historia de México, en Monterrey.

En el Museo Nacional de Antropología e Historia hay más de 20 piezas, producto de excavaciones científicas, aunque algunas son de colecciones donadas.

También se encuentran en la Colección Stavenhagen, del Centro Cultural Tlatelolco de la UNAM, en el Museo Frida Kahlo y en el Diego Rivera, así como en el de Artes Populares.

Fuera del país, están en 53 museos de Estados Unidos, en dos de Canadá, uno en Santiago de Chile, así como en 19 museos de Europa. Los primeros perritos de Colima que salieron a finales del Siglo XIX están en Alemania, porque en Colima hubo un Consulado Alemán. Y también hay un perrito colimote en el Museo de Jerusalén.

Elena DEL TORO



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