En alcance a N cantidad de invenciones + 1
El escritor Jesús Adín Valencia, a la izquierda, inició como comentarista en la presentación del libro Juan José Arreola, las mil y una invenciones.
Jesús Adín Valencia
Viernes 25 de Febrero de 2022 9:53 pm
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Me declaro, en primera instancia,
de formación tallerista, y segunda, partidario de la varia invención.
Después de leer Los peones son el alma
del juego (Alfaguara, 2021), me quedó el sabor mundano de Juan José Arreola, Rulfo,
Octavio Paz, Elena
Garro y demás egregios, tendientes a la vida bohemia, los
excesos, inherencias del artista, sobre todo, al pecado, dijera Hernán Lara Zavala.
En esa novela biográfico-aumentada, el mejor librado
resulta ser Alex, el protagonista, único personaje derivado de la realidad a quien se le ha
cambiado el nombre y con ese recurso vuelve todo autoficción en torno al poeta idealista, quien abre su camino en la ciudad
de México, cito
la cuarta de forros, entre:
gente cotidiana en un ambiente cotidiano.
Lo recibí junto con la frase de a ver qué opinas, de manos de Enrique Ceballos
Ramos, buen amigo,
gestor cultural y editor de Tierra de Letras, que en 2018 coordinó la
publicación de Yo, señores, soy de... Jaliscolimán: centenario de Juan José Arreola
(1918-2018), donde recopila, junto
con Higinio del Toro Pérez y Efrén Rodríguez, a diversos autores, por citar
sólo una parte: Orso Arreola, Vicente
Leñero, Emmanuel Carballo,
Fernando G. Castolo,
Milton Iván Peralta,
Hiram Ruvalcaba, Vicente Preciado Zacarías. Releí este último para paliar la
impresión de los peones.
Luego
vino para mi fortuna la amable invitación de otro amigo, Gilberto Moreno, y la
directora del MEG, Miriam Paola Villaseñor Muñoz,
de participar en este evento;
recibí Juan José Arreola,
las mil y una invenciones (Universidad Autónoma Metropolitana, Ediciones del Lirio, 2021), con entusiasmo. Vino a ser mi segunda
dosis y refuerzo mayor versus -espero no verme prejuicioso-
lo humano, demasiado humano, cotidiano
demasiado cotidiano retratado por el ilustre Homero Ardjis.
La
forma. Tenemos una portada donde
figura el retrato de Juan José Arreola, como el ave en la portada de Bestiario, de frente y de perfil; es el joven Arreola, tal vez
durante la faceta de encuadernador, oficio que le permitió
palpar el cuerpo de estos objetos y robustecer el carácter de bibliófilo-bibliómano al intervenir cada estructura, quirúrgicamente, manipularlas como si de
gólems se tratara antes de darles vida en cada inmersión. En la pléyade de
autores compilados, Adolfo Castañón
comparte remembranzas de amistad con Arreola y de cómo supo de él durante la infancia, por conducto de su padre,
Jesús Castañón Rodríguez, cuando le presentó
aquel “gran escritor raro”, fabbro, forjador
de libros hermosos para Cuadernos del Unicornio, Los presentes, Mester; Juan José Arreola entra a escena como diestro
artesano tanto de la palabra
impresa como de la literatura oral.
La fotografía es en blanco y
negro, así la tabla de ajedrez, pero intervenida en tonos de azul verde y rosa con lo que parecen
ser gises pastel
difuminados mediante la fricción que, muy en lo
particular, y aquí requiero de su amable empatía, me genera la sensación de
matizar los dedos, mancharlos de color. El diseño es de Rodrigo
Ballester.
Coordinaron la obra Luz Elena
Zamudio Rodríguez y Alfredo Pavón, el cuidado de edición corrió a cargo de Edder Tapia y Tzara Vargas.
Edder Tapia, además,
participa en el prólogo y ambos
con un amplio ensayo sobre Juan José Arreola y su fascinante experiencia con el
cine y dentro del cine.
Rodrigo Díaz Cruz, autor compilado, destaca
el histrionismo y esa presencia
imponente de El último juglar, su voz que todo lo abarcaba
y sigue en un eco interminable;
con el título alusivo al juego que motivó a Borges la pregunta de ¿Qué Dios detrás de Dios la trama empieza (…)? Gonzalo Celorio presenta Juan José Arreola, la escritura como ajedrez
y la oralidad como ping pong, y comparte
vivencias en el taller
literario que coordinaba el autor de La feria en
la facultad de Filosofía y Letras de la UNAM, distingue
asimismo, entre otras circunstancias memorables, la interacción o retroalimentación de ping pong al revisitarlo en cada lectura,
porque así hablaba,
como escribía, luego entonces, sigue escuchando al maestro.
Arreola fílmico es el ensayo con el cual
colaboran Edder Tapia y Tzara Vargas. Citan Cayunda, Murmullos, La migala, Fando y Lis.
Como anotación al margen, el 21 de septiembre de 2018 el Instituto Nacional de Bellas Artes y Literatura (INBAL)
tuiteó: Juan José Arreola desarrolló diversas
profesiones a lo largo de su vida, fue vendedor ambulante,
periodista, etc. Sin embargo, en la que más destacó fue en la de escritor. Lo recordamos hoy a 100 años de su
nacimiento. #100Arreola #LiteraturaINBA. Jodorowsky, al retuitear
el mensaje puso:
Juan José Arreola
actuó en mi película Fando y Lis.
Aurelio Herrera va mucho más allá de los oficios,
quehaceres y faenas
arreolinas que en 2018 recordó
el INBAL; de Herrera, cito, también fue: encuadernador, abonero, tepachero,
cuidador fracasado de gallinas, vendedor de zapatos,
recitador, traductor, impresor, y destaca una gran admiración mutua
con Alfonso Reyes, personal y epistolar, pues
aparecen dedicatorias y agradecimientos de puño y
letra.
Alfonso Macedo Rodríguez nos
habla de tradición y ruptura, pero también de vicisitudes al proyectar obra y conocimiento, volviéndose
mediáticos, intelectuales dentro de la pantalla chica y la radio donde Arreola y Paz supieron ganar terreno. Hernán
Lara Zavala, mencionaba al principio, en Arreola pecador evoca el cortejo fúnebre
de las cenizas por Zapotlán el Grande, para
lo cual El guardagujas, kafkiano,
adquiere un carácter de viaje simbólico; cita el gran genio que fue, no sin ese dejo de culpa frente al erotismo, principalmente, por la experiencia infantil donde participa de los hechos El Cristo de Temaca. Lara Zavala expone: “(…) su espíritu religioso
y católico, que corre por sus venas en franca contradicción con sus instintos sensuales y la obsesión que sentía hacia las mujeres”. Al respecto, bien sabemos por Bestiario que, incluso: “(…) Vencido por
una virgen prudente, el rinoceronte carnal se transfigura,
abandona su empuje y se agacela, se acierva y se arrodilla”. La palabra también
se transfigura.
Tenemos
un título derivado de Las mil y una
noches, gran obra de la literatura universal; ese agregado después del millar en 1000+N o N+1, como dicen los
ingleses, forever and a day, para siempre y un día, sumada esa unidad
medible, es el universo en una nuez; Quien arreola,
como el acto arreolino de agacelar o aciervar, aloja su composición donde
sabe, caben mil y un artificios más allá del universo
(literario) observable.
Margo
Glantz escribe Para una precaria
genealogía de los bestiarios de Arreola y contextualiza la zoología fantástica, en prosapia con Monterroso y El Conde de Lautréamont, el otro monte. Arreola
y el teatro, Arreola y la música; todo Arreola. En el principio fue el ritmo, expresa Luz Elena Zamudio. Pues Orso Arreola mencionó en este recinto
en el marco del penúltimo Coloquio Arreolino: mi padre antes que nada, fue poeta. Y la poesía, allá donde un
estricto académico ve licencias lingüísticas y un crítico
de arte ve obra plástica
o un mercadólogo ve diseño gráfico, salta la poesía; lo
menciono de paso porque Ediciones del Lirio, bajo la coordinación de Carlos Pineda publicó una hermosa colección de
libros-objeto que atesoro, titulada Poesía Visual Mexicana:
la palabra transfigurada (2013).
Las mil y
una invenciones constituye un
abanico y plataforma para que abordemos mediante ensayos, al ensayista que Arreola fue, desde diferentes aristas.
Múltiples voces diestras hacen desglose y desdoblamiento de la obra, genio y figura de un hombre
virtuoso que, para nuestra fortuna, permanece ajeno a cualquier
indicio de lo cotidiano. Comparto mis impresiones de lector agradecido, los autores Tzara Vargas y Edder Tapia son
quienes tienen la película completa. Muchas gracias.