Vuelo a ras de tierra, de Norma Navarrete*

Ada Aurora Sánchez
Lunes 04 de Abril de 2022 8:13 pm
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La
escritora española Rosa Montero, en La ridícula idea de no volver a verte,
un libro íntimo, entre la biografía y el ensayo literario, nos recuerda que Georges Braque decía que “el arte es
una herida hecha de luz”, y, en este sentido, apunta la novelista, “necesitamos
esa luz, no sólo los que escribimos o pintamos o componemos música, sino
también los que leemos y vemos cuadros y escuchamos un concierto. Todos
necesitamos la belleza para que la vida nos sea soportable” (Montero, 2013, p.
32).
La belleza, en el caso de la
palabra escrita, es posible captarla a través de la literatura y, quizás, de
manera aún más especial, a través de la poesía, género de profunda intimidad,
de veladuras y metáforas, de síntesis y fuerza expresiva, de sinestesias y
ritmo, de filigrana y epifanías.
Considerando lo anterior, todo
poemario conlleva una intención estética, una necesidad de dar cauce a la
herida (y a la luz), pero también, de hacer más soportable (o celebrable) la
existencia propia y la de los demás. En razón de ello, me complace ser parte de
la presentación del poemario Vuelo a ras de tierra, de
Norma Navarrete, escritora michoacana avecindada en el estado de Colima desde
2001.
Vuelo a ras de tierra, publicado por Puertabierta Editores a
finales del año pasado, forma parte de la Colección Parota
de sal, creada por el poeta Víctor Manuel Cárdenas, que en paz descanse. Esta
colección, dicho sea de paso, reúne, desde hace varios años, a una buena parte
de las y los escritores más activos de Colima.
Constituido de treinta y seis poemas, Vuelo a ras de tierra se distingue por la creación de versos que aluden al
silencio, los sueños, las sombras, los reflejos, es decir, a atmósferas un
tanto de evasión o encantamiento, ya sea porque los elementos o detalles de la
Naturaleza suscitan en la autora esa experiencia receptiva, entre el asombro y
la ensoñación, o porque la voz lírica asume que la existencia, la contemplación
del mundo, en realidad solo se da a medias, sin la certeza total de estar
despiertos. Como si se tratara de un espejismo la vida misma, la voz lírica nos
lleva al encuentro de mariposas, mares, nubes y pájaros, a fin de dibujar el
territorio de lo sublime y la libertad, pero también de lo inasible que
conlleva una huida o pérdida.
Contemplar y escribir en
silencio desemboca en un atajo al pasado, al ayer. Así, la poeta asienta:
Estar a solas, con mis palabras,
y escuchar
la voz del océano,
es volver
a tener las alas de la infancia.
(p. 24)
Norma Navarrete, licenciada en Educación
Artística, profesora de artes en educación básica y fundadora del grupo de Teatro Interdisciplinario Tecomán, es una autora inquieta, alentada por múltiples motivos
artísticos; quizás por ello gusta de crear imágenes sorpresivas, inusuales, que
dan la impresión de ser notas disonantes, explosiones de color, con que rompe
la previsibilidad de un verso. “En la hora más alta” se lee:
I
Al sol le quiero preguntar
cuántas veces toca tus cabellos
y los broncea igual que plumas de ave,
con bordes de nube.
El sol enciende su corazón
a la hora más alta de la vida.
¿Cuál es la hora más alta de nosotros, del mar?
Y la poeta responde:
II
La hora más alta
de las gaviotas
es
cuando mudan su equipaje
de plumas celestes y guardan silencio
en el corazón de un pez.
(p. 19)
Viajera de
ciudades y de libros, Norma Navarrete recupera en su poemario epígrafes de
algunos de los autores/as que le gustan y con quienes establece un diálogo
intertextual: Ezra Pound, Pablo Neruda, Blanca Varela y Miguel Méndez Camacho, entre otros.
Leer poesía, como lo he apuntado en
alguna otra colaboración, es leer, en clave, la compleja transparencia del
mundo; dejarse llevar por las palabras que, siempre, señalan algo más que lo
expresado. De ahí que toda lectura poética sea, en cierto modo, una azarosa
travesía que, en el mejor de los casos, promoverá en el lector una
transformación o, al menos, la conciencia de que la vida es otra bajo su
cáscara y es preciso mirarla en su asombrosa u horrorosa desnudez para afirmar
entonces —solo entonces—, que la hemos comprendido.
A Norma
Navarrete, por lo visto, le interesan los “pequeños” detalles de la vida a
partir de los cuales, desde su contemplación, puede captar lo profundo de la
existencia:
Al amanecer
la aurora es una telaraña
blanca,
de sal marina.
Blanca de luz,
blanca
de soledad.
(p. 27)
Vuelo a ras de tierra, es un vuelo, pues, para contemplar la ciudad,
los niños, los árboles, y confirmar que es la imaginación la que nos salva de
la desesperanza, de lo gris de ciertos días:
Vivo en una ciudad pequeña.
Luchando por no dejar de ser amiga,
analista de grillos y cristales de la calle.
Me sabe a realidad la barca de Stevenson
porque cada día encuentro la forma
de sentir que soy sobreviviente
con la vela de mi fantasía.
(p. 33)
Colaboradora del suplemento
cultural Ágora, primer espacio donde la leí, Norma ratifica ahora su
vocación poética e inaugura el camino de sus publicaciones a manera de libro.
Que siga produciendo, perfeccionando su lírica porque, ante la vida que no
basta, como dijera Fernando Pessoa, la literatura ayuda a ganarle tiempo a la
muerte y, de paso, a acercarnos a la belleza. Que sea este ideal, fruto de la
persistencia y el trabajo, lo que dé pie a nuevas satisfacciones en el futuro.
Que así sea.
Bibliografía
Montero, R. (2013). La ridícula idea de no volver a verte. México:
Booket.
Navarrete, N. (2021). Vuelo a ras de tierra. Colima: Puertabierta
Editores.
*Texto leído en la
presentación virtual del poemario Vuelo a ras de tierra, de Norma Navarrete, el 25 de marzo de 2022, en
evento organizado por la Secretaría de Cultura y el Gobierno de Michoacán.